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Posts Tagged ‘escritores argentinos’

Leí Santa Evita con un sentimiento de fascinación que creía haber superado. Por entonces, ya no creía en privilegiados o maestros y sin embargo, leer a Tomás Eloy Martínez me recordaba, con la contundencia de un cuchillo bien clavado, que los hay, que hay personas privilegiadas que son capaces de embrujar con la palabra. Ese primer párrafo de su novela, por ejemplo, anunciaba ya la magia de su verbo:

«Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope».

Política, historia, cultura popular, relato policíaco, Santa Evita era un texto que juntaba todo en una amalgama deliciosa que me obligó a hacer algo que ya no hacía con mucha frecuencia: leer el libro todo y de un solo golpe. Y al final, ninguna duda: estaba ante la obra de un maestro.

Muchos fueron desde entonces los encuentros con el escritor argentino, incluido alguno personal, de lejos, en algún congreso y siempre me quedaba con la misma certeza: se trataba de un hombre honesto, especial, incansable, ejemplar.

Todavía expongo los descubrimientos que Martínez me regaló en uno de sus ensayos (La batalla de las versiones narrativas) en el que el autor observaba cómo los novelistas latinoamericanos empezaban a atender los asuntos históricos con la conciencia de que historia y novela usaban la misma herramienta: la palabra escrita, para formatear la memoria de la gente, sólo que una, la historia, lo hacía siguiendo el principio de verdad (la pretensión de verdad), en tanto la novela seguía el principio de ilusión. La convergencia de verdad e ilusión quedaba así dispuesto a la competencia del lector, quien se convertía no sólo en el depositario del conocimiento y de la conciencia histórica, sino en el responsable de sus derivaciones. Pero había también una advertencia terrible al final del artículo que no ha dejado de atormentarme: la de que el poder de hoy no lee, inmerso en sus deberes y proyectos tecnocráticos se hace cada vez más inmune al efecto humanista de la lectura, lo que implicaba una profunda reflexión sobre la función cultural de la novela.

En algún momento fue colaborador de nuestra modesta revista (los Cuadernos de Literatura, #15 de 2002) con un magnífico texto en el que exponía sus propuestas para un periodismo del siglo XXI y que se reducían a tres acciones: humanizar, humanizar, humanizar la palabra, acercarla al hombre común, solidarizarse con su drama y alejarse así de las terribles garras del poder.

Leì también, además de su imprescindible Novela de Perón y de sus estupendas columnas en varios periódicos, incluido El diario colombiano de El Espectador, una última novela: El vuelo de la reina en la que denuncia las relaciones absolutamente detestables entre política y periodismo.

Se fue un maestro, un hombre ejemplar y se siente el vacío aquí en el alma

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