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Archive for the ‘11. Cartas a Martin. Los años de la pandemia’ Category

Cartas a Martin. Los años de la pandemia, es un conjunto de 15 textos escritos durante los meses de enero y febrero de 2021, que expresa la singular relación entre un abuelo y su nieto a propósito de vivencias relacionadas con la experiencia de la pandemia de la covid 19.

En términos formales, los textos responden a una mixtura entre el género epistolar, el diario íntimo y el testimonio en modo de diálogo ficticio, con el que se pretende dar voz a los dos protagonistas, prevaleciendo la visión del niño.

Los niños son quizás la población más afectada por las condiciones de restricción originadas por las medidas de bioseguridad a las que obligó la pandemia. La interacción social quedó cortada de tajo, los procesos de aprendizaje se afectaron no sólo por la virtualidad como modo de comunicación, sino por la improvisación a la que nos vimos todos enfrentados. No sabremos hasta dónde llegarán las consecuencias (positivas y/o negativas) de esta situación excepcional, cuáles serán los efectos escolares, sociológicos o sociales, pero los chicos han sido un ejemplo de resiliencia y de adaptación increíble.

Martin en particular ha sido un niño que ha sabido sacar lo mejor de la situación. Su curiosidad, su creatividad le han servido para sobrepasar las limitaciones. El autor ha sido testigo, observador y cómplice en todo este duro proceso. Quizás el mensaje que mejor engloba el sentido y valor de estas “cartas” es el homenaje a la capacidad de convertir todo en juego. De esa forma Martín mismo ha sido capaz de sobrellevar la vida que tocó vivir y ha permitido que los que hemos tenido el privilegio de acompañarlo hayamos podido vivir un poco mejor el ambiente limitado por la pandemia

Ver cartas completas.

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Superman con tapabocas

El abuelo cuenta 

¿Por qué papá Joao no puede salir de su cuarto? Le preguntas a tu mami y ella te explica que el coronavirus lo ha contagiado, que está un poco enfermo y que podría contagiarlos a ellos.

¿Está enfermo como la tía mima? Vuelves a preguntarle y ella, casi con lágrimas, te dice que no, que a la tía mima también la contagió el virus, pero la enfermó más y tuvo que ir a la clínica a que la curen los doctores.

Yo quiero ser doctor y también científico, le dices a tu mami. Y hacer como con el abuelo, preparar un líquido para matar el virus, yo puedo hacerlo.

¿O sea que el virus ya no está afuera sino aquí dentro de la casa? Preguntas después de un rato en el que estuviste mirando por la ventana de la sala hacia el jardín del conjunto donde te pareció ver a Lucas.

Si, mi hermoso, está en nuestra casa, explica tu mami, y por eso debemos cuidarnos los dos mucho, no entrar al cuarto de tu papá y no salir del apartamento porque podríamos estar contagiados y enfermar a otros como a tus abuelos o a Inés.

Tu mami se concentra en la pantalla del computador y le habla a alguien que la saluda desde el otro lado de esa ventana. Has aprendido que cuando eso pasa, tu mami está trabajando y no la puedes interrumpir, así que corres a tu cuarto y sacas los muñecos de su estante y los colocas sobre la cama, algunos y otros en el suelo. Te gusta ponerlos en fila y en orden. A veces por tamaño, a veces por colores o por personajes. Esta vez lo haces por colores: los capitanes América, que son azules junto a los Cat boy, los rojos ironmans junto a flash y a las ululet, los hulks que son verdes junto a los gekos y a las tortugas ninja.  Black panter se  junta con los batmans y decides poner uno al lado del otro a los Spiderman con los superman que usan el rojo y el azul. Pones en otra fila al joker, al trooper a yoga y a otros dos muñecos que no tienen colores iguales. La cama se llena, así que miras un momento el tapete pie de cama y pones allí a los personajes de Ben diez, Ben, el cabeza de llama, él cabeza de diamante y el cuatro brazos. Por alguna razón los juntas a las dos calaveras cabeza de lámpara.

Miras a un lado y al otro y te sientes contento con el arreglo.

No me hagas desorden Martin, escuchas que dice tu mami y también oyes que tu papi tose en su cuarto.

Vas a la sala, miras de nuevo por la ventana pero no ves ya a Lucas.

Está haciendo solecito, gritas para que tu mami escuche.

Si, bebé, te responde desde el cuatro de estudio que ahora es su oficina. Y enseguida te dice:

Si termino pronto salimos.

No mami, tranquila le gritas, no veo a Lucas.

Bueno mi niño, oyes.

Vuelves a tu habitación y al pasar por la puerta del cuarto de papá vuelves a oír su tos seca.

Papá sigue enfermo le dices a tu mami asomando tu cabecita por la puerta del estudio.

Si mi amor, tenemos que cuidarlo, pero no vayas a entrar, te advierte y luego ordena: cierra la puerta que entro a reunión.

Sabes que eso quiere decir que vas a estar solo por un buen rato.

Buscas en tu pupitre los vasos de plastilina y los ordenas por colores. Sacas la azul, la amasas con tus manitas como te enseñó papá y haces varias bolas pequeñas. Pones una en la cara de uno de los capitanes américa y le instalas un pequeño tapabocas. 

El virus está ahora en la casa y tenemos que usar el tapabocas, les adviertes con compasión a tus muñecos.

No se puede ver, pero es muy peligroso y si entra por la boca o por la nariz nos puede matar, continúas explicándole a tus amigos de plástico, mientras vas poniéndole a cada uno su tapabocas azul de plastilina.

Pero con mi abuelo vamos a preparar un líquido que lo va a matar y así no nos vamos a enfermar, les dices como consolándolos.

Mami, gritas entonces. Mami, vuelves a gritar, Mami, insistes hasta que ella contesta

Si, hijo ¿qué quieres?

Extraño a mi abuelo, dices.

Y también a la Ita, vuelves a gritar.

Extraño a papá, afirmas, pero como no recibes respuesta y escuchas su murmullo al otro lado de la puerta y un nuevo ataque de tos desde el cuarto, dices quedito,

Y también te extraño a ti, mami.

Terminas tu tarea con los muñecos y vuelves a la ventana con la esperanza de ver a Lucas, pero esta tarde no ha salido. Te entretienes mirando a otros niños que han salido al patio con sus papás y a los perros que corren por los prados, mientras sus dueños se juntan para hablar entre sí. Todos llevan tapabocas y entonces se te ocurre que podrías hacer tapabocas de plastilina para los perros y piensas qué color les quedaría bien. Decides que el blanco es el color más adecuado y te devuelves a tu cuarto a buscar el vaso. Cuando vas entrando, tu mami sale intempestivamente de su oficina, tú te alcanzas a asustar, pero enseguida una sonrisa se roba tu cara completa y le dices: Hola mamiiii.

Hola hijo bello, te contesta ella y luego te pregunta, ¿qué haces?

Mami se asoma a tu cuarto y ve los muñecos, todos protegidos con tus tapabocas mágicos de plastilina. Un par de lágrimas ruedan por sus mejillas, te levanta, te abraza y te susurra

Ven mi niño.

Te extraño mami, es lo único que se te ocurre decir.

Martin responde

No abuelo, para matar el virus no hay que hacer un líquido, eso se hace mezclando plastilinas en un pocillo de plástico y se pone a calentar en mi cocina de juguete, así se hace y luego se usa una jeringa para curar a los enfermos. Hay que ponerlos sobre la cama, y el médico que puedo ser yo o puedes ser tú, le revisa la fiebre y los ojos y los oídos y le pone la inyección. Así es abuelo.

Y abuelo, los perros no usan tapabocas ni de plastilina ni de tela, porque ellos no se contagian, son más fuertes que el virus y cuando dejan caca en el pasto es por culpa de los dueños, tu no entiendes abuelo.

Abuelo: te amo

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El chichón de Martín

Cuenta el abuelo

Vimos a la Ita desde la ventana de la sala, estaba con Inés, ambas sentadas en una de las bancas del jardín del conjunto y hacía sol. No lo dudaste. 

Mami, gritaste, La Ita está con Inés afuera y hace solecito, ¿podemos ir con el abuelo un rato?

Bueno Martin, escuchamos los dos, pero ya sabes, te pones tapabocas y una chaqueta porque siempre hace viento allá afuera.

Es que tengo el disfraz de Sonic, aclaraste, porque estábamos jugando con el abuelo a la fiesta de Sonic, quiero salir con el disfraz.

Bueno hijo, pero con cuidado no corras mucho que te puedes caer, advirtió tu mami.

Estuve a punto de pedirte que te cambiaras al menos de zapatos porque los del disfraz son muy blandengues y te podrías lastimar los pies con el piso rugoso de los ladrillos allá afuera, pero no diste tiempo para nada y salimos como siempre corriendo y ansiosos, pues la oportunidad de salir un rato del apartamento había que aprovecharla siempre.

Volví a callar al ver que te resbalaste un poco cuando bajamos por las escaleras, pero ya estábamos prácticamente afuera y seguí contigo tomándote la mano.

Hola Martin, escuchamos que saludaba la bisabuela.

Hola Inés, hola Ita, respondiste, estábamos jugando a la fiesta de Sonic y yo era Sonic y el abuelo era Knuckles, cuando las vimos y entonces bajamos al solecito a acompañarlas.

Eso Martin, siéntate aquí, dijo Inés y la Ita te pidió un abrazo.

No Inés, dijiste, voy a correr como Sonic y te lanzaste a una de esas carreras en la que imitas la forma de correr del personaje con el consabido aspaviento de tus abuelas.

Después de un rato, te dio por subirte al pedestal donde habían armado el pesebre de navidad y estuviste allí un rato curioseando las figuras que cada vez, desde que las vimos unos años antes, eran más escasas y estaban más ajadas.

Yo decidí dar unos pasos alrededor. Solo dar la espalda y oí el golpe, tu cabeza cayó sobre el piso resbaloso del pedestal, así que corrí hacía ti a sabiendas de que el totazo era grave. Tu tardaste en reaccionar, pero cuando te alcé mientras la Ita e Inés saltaban de sus bancas, comenzaste a llorar con ese llanto que es ya un código del fuerte dolor. Corrí contigo hacia la entrada de la torre y cuando llegamos al ascensor levanté el pelo de tu frente: un chichón grande, un huevo que empezó a crecer ante mis ojos.

Nena saca hielo de la nevera, le dije a tu mami apenas nos abrió la puerta.

¿Qué pasó? preguntó tu mami y tú entre sollozos le contaste que te habías caído cuando mirabas el pesebre y te habías hecho un chichón.

Esos malditos zapatos de Sonic, fue lo único que se me ocurrió decir.

Tu mami te puso hielo, llegaron las abuelas y te sugerimos que contactaras al médico. No había sangre, pero el hematoma era impresionante. Ita fue a buscar alguna crema y tu mami como pudo le escribió un mensaje al médico y te tomó una foto.

Eso es mejor que lo lleven, sugirió Inés y tú te negaste: no yo no quiero, yo me quedo con mi mami.

Al rato llegó el escueto mensaje de respuesta del pediatra: hielo.

Eso nos tranquilizó un poco, pero estuvimos atentos durante las horas siguientes, en las que tú recuperaste el ánimo y no tuviste ningún signo que pudiera alarmarnos.

En los siguientes días, el hematoma fue cediendo en tamaño, pero hizo el recorrido de colores de siempre, de gris a verde a negro, a rosado y nosotros finalmente lo tomamos como tu lo hiciste, con humor.

Antes de la semana ya habíamos retomado la rutina y aunque todavía tenías algo de hinchazón, salimos los dos a jugar al patio del conjunto con un balón para patear, con tan mala suerte que uno de mis lances terminó en tu cabecita y claro, vino el grito, la angustia, el dolor y el corre corre al apartamento, donde se me ocurrió la gracia de decirte que te iba a salir un chichón en el chichón. Tú lo tomaste con una risotada y se convirtió en tema y chiste de los otros días. ¿cómo está el chichón del chichón? te preguntaba, y tú te reías y me contestabas con alguna ocurrencia.

Después de varias semanas por fin el hematoma cedió completamente y fuimos olvidando el drama, no sin varias lecciones aprendidas.

Responde Martín

No abuelo, no es chichón en el chichón, es un chichón en el chichón en el chichón. Se te olvidó contar que después del segundo chichón estuvimos jugando en la sala de la casa con la pelota de tenis, yo te la lanzaba y luego tú me la lanzabas, de un sofá al otro porque todavía estaba el árbol de navidad y de pronto tú lanzaste mal la pelota y me pegó en el chichón del chichón y me salió encima otro chichón y yo salí corriendo y llorando a contarle a mi mamá y ella me puso una cremita número cuatro porque me dolía mucho y yo le dije: el abuelo me pegó en el chichón y me salió otro chichón, lo que pasa es que no te acuerdas y se te olvidó contarlo. Ese abuelo Jaime sí, es loco.

Te amo abuelo

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Te miro y no dejo de sorprenderme. Has aprendido todos los códigos de la telepresencia, no solo en tus clases virtuales en las que manejas la tablet como un experto, sino en las comunicaciones con las aplicaciones móviles. 

Claro abuelo es muy fácil, solo prendes el celular o la tablet y escribes tu nombre y ya puedes entrar a los juegos, al YouTube o a los mensajes. Mi nombre para entrar es este:

Y también me sé el tuyo: uno cinco nueve cero y ok. El de la Ita no tiene ok solo dos  cero uno y seis. Y ya me aprendí el de tu aipad que es jota a ere y dos y así puedo jugar a Sonic y también a los números y un juego que me enseñó el tío Daniel, scracht que sirve para hacer paisajes, personajes y animaciones.

En tu tablet, Martín, tienes de todo, juegos, Skype, aplicaciones para ver muñecos, como dices, y aprendiste a usar el messenger para vernos y para jugar a ser muchos personajes con los efectos sobre el rostro que incluye ahora la aplicación y para viajar a países como dices tú cuando usamos los fondos.

Podemos pasar horas, tu desde tu casa y yo en la mía, jugando con esas plicaciones como las llamas, ahora que nos ha tocado separarnos por la cuarentena que tuvimos que hacer y que nos separó intempestivamente por dos semanas.

Si abuelo. Me gusta ser el gato y también el perro y poner la cara chistosa de la nariz grande y la cara de los ojos de luz morada. Al principio me gustaban las caras de goku que te pone pelo negro, azul, amarillo, rojo y blanco, pero ya me cansé de jugar con esas. Es muy chévere ponerse caras y ver las tuyas como cuando usas la de bebé o la cara china, es muy chistoso, me río mucho.

Y cuando jugamos a los países, me gusta el cielo de los gatos y el cuarto de los zombis con la calavera y ese zombi que tu llamas frankastan. A veces viajamos a la playa o al espacio o a la nieve o a unas calles grandes y después nos metemos en una casa con cuadros de luces o vamos a ese país con fuegos artificiales y al de la luna.

Es tu manera de hacerle el quite a las dificultades de no estar físicamente juntos. No te varas, no te angustias, lo resuelves sin temores, sin reparos, pasas de un mundo a otro sin dificultades, es impresionante.

Lo que ahora me gusta más de las aplicaciones son los juegos, abuelo. El juego de comer hamburguesas y el de no dejarse pegar de los bloques. A veces me ganas tú, pero casi siempre soy yo el que te gano abuelo, es muy chévere.

Quizá lo que más me sorprende es verte en tus clases virtuales. Interactúas súper bien con los profesores, abres y cierras el micrófono cuando es necesario, saludas a tus amiguitos a quienes no conoces físicamente, y aunque te distraes un poco porque terminas muy rápido las actividades, las hace todas bien y con mucha soltura. Bailas, haces ejercicios, respondes a las preguntas, haces preguntas, todo con una naturalidad increíble. Sabes los horarios, aunque no pocas veces te aburres, pero aún así reconoces el valor de esos contactos.

Si, abuelo, me gustan mis clases, pero me gustaría que jugáramos más. Me gusta cuando hay que pintar o cuando toca decir las cosas en inglés y también jugar con los números

No sé qué consecuencias tendrá para ti y para tus amiguitos esta situación en la que las interacciones se reducen a lo virtual, pero tengo la sospecha y la esperanza de que será para bien, que cuando ya puedas ir al colegio, tus interacciones presenciales serán muy ricas, más ricas que si no hubieras tenido esta experiencia. En eso soy muy optimista. Solo basta verte, interactuar y transitar de un lado a otro para saber que serás, y serán tus amiguitos, personas muy especiales.

Abuelo quiero ir al colegio y jugar con Dieguito, pero me gusta mucho cuando nos vemos por el cuadrado.

Te amo abuelo.

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Cuenta el abuelo

¿Éstas llorando abuelo?, me preguntas y yo, evadiendo la respuesta que debería darte, te contesto: no hermoso, es que me entró algo en el ojo. Entonces sales corriendo al cuarto de tus padres y regresas con un pequeño frasco gotero y me dices: ponte estas gotas, las usa mi papá cuando le arden los ojos. Gracias, mi amor, le digo y le explico que no se pueden utilizar medicamentos que usan otras personas. Tu aceptas a regañadientes mis razones y entonces me lanzas una de las preguntas que siempre haces para romper una situación aburrida: ¿jugamos abuelo? (la otra es todavía más retante: ¿bailamos abuelo?)

Así eres Martin, atento, te gusta complacer a otros, ofreces café o cerveza a las visitas como has aprendido de tus padres y cuando estás de ánimo hasta preparas “comida” en tu cocina de juguete, desde hamburguesas hasta helados, y luego llegas con platitos de plástico y pocillos y nos dices hay que compartir. Y ay de nosotros si no aceptamos el juego, debemos comer y agradecerte y tomar el café o el té que vienen después y todo lo que se te ocurra hasta que te cansas y cambias de actividad.

Tu eres Vegeta y yo Goku, me dices y entornas tus manos para hacer el famoso, temible y escandaloso kame kame ha con el que se supone que logras vencerme. Pasamos media hora haciendo variaciones a esa lucha en la que siempre sales ganador a excepción de algunos momentos en los que me concedes alguna victoria insignificante. Las reglas son estrictas y te molestas si no las sigo, pero a veces, lo confieso, no son fáciles de descifrar. Cambiamos cada tanto de juego: la competencia en las pistas de hot wheel, las batallas épicas entre spiderman y batman, la lucha con las tortugas ninja, los juegos con plastilina o la recreación de las actividades de papá, mamá y el bebé.

Martin, la época de reclusión que hemos sufrido en estos años de la pandemia tú la has logrado convertir en un gran escenario para el juego y la otredad, una habilidad en la que eres un maestro. No solo es jugar a, es jugar a ser otro, ser Goku, ser Sonic, ser Ben 10, ser Spiderman, ser papá, ser el bebé, con toda la interiorización y exteriorización que solo un buen actor logra desarrollar. No es nada fácil seguir esa exigencia, pero poco a poco he logrado algunos pinitos y por momentos alcanzo un grado mínimo de histrionismo que de todos modos no llega ni a los talones de tu capacidad. Y a veces, cuando logro acercarme a la personificación requerida en el juego, tú cambias el escenario.

Ahora eres Knuckles y yo Sonic, o ahora eres Batman y yo black panther. Ups

No abuelo, tú no puedes hacer el kame kame ha, eso solo lo hace Goku. Ah, perdón, digo entre avergonzado y frustrado, me equivoqué. Siempre te equivocas, reprochas, pero no te quedas ahí, te lanzas, me lanzas a otra película a otro país a otro planeta a otro paisaje a otro juego. Y yo apenas si puedo seguirte.

Pienso en la película de Roberto Benigni La vida es bella y me doy cuenta de que, en esta otra guerra, en este otro momento totalitario al que nos ha conducido el coronavirus y los intentos de vencerlo, no es Guido (no soy yo, claro) el que convierte la vida en juego, sino que es Giosuè (tú, el niño) el que lo logra. Y todo se invierte, pues eres tú, mi bello Martín, eres tú quien hace soportable para mi y para todos los que te rodean esta guerra, este tiempo extraño y por momentos triste y oscuro.

Eres una especie de Rey Midas: todo lo que tocas lo conviertes en juego

Dice Martín

¿Otra vez llorando abuelo? Estamos jugando, pero si quieres vamos a ver muñecos, me ofreces como alternativa con cierta consideración.

Te amo Abuelo.

Escribe el abuelo

No fui capaz de responderte con la verdad, hermoso, por eso mejor la escribo. No era una mugre en el ojo lo que me hizo llorar, no: fue pensar en ti, en lo que has tenido que vivir en estos años de la pandemia. Tengo una certeza, casi la única: sin tu presencia, sin tu capacidad para volver todo juego, sin la oportunidad que me da la vida de acompañarte en estos tiempos, no sé si habría soportado o de qué manera lo que nos ha tocado vivir. Por eso lloro, pero es más de alegría que de tristeza. ¡Juguemos!

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Tu capacidad de interacción está intacta.  Pese a todo, a esta ya demasiado larga reclusión, a la prolongada exposición a ese simulacro de proximidades que son tus clases virtuales y las comunicaciones remotas. Pese a esa ausencia de niños de tu edad en el entorno. 

Lo he podido comprobar con alivio en varias oportunidades cuando salimos al jardín del conjunto o al parque que por fin abrieron después de meses cerrado «con candado» como decías. Hemos conocido a Emilio y también a otro niño del que no sabemos todavía el nombre pero que aquí llamaremos Mateo y a Lucas quien se ha vuelto una personita de mucha ayuda, un amiguito con quien jugar y conversar.

Si abuelo, me gusta charlar con Lucas. Tiene muñecos parecidos a los que tengo. Tiene también un wii pero no el juego de tenis. Yo sí y cuando ya pueda invitarlo a la casa nueva de los abuelos le enseño a jugar tenis.

Hubo conexión inmediata, el gancho fueron los muñecos que habíamos llevado afuera. Lucas se acercó a verlos y tú le preguntaste si querías jugar y ahí fue: ya no paraste de hablar, sobre tus juguetes, sobre tus gustos, sobre tus habilidades y Lucas te contó lo suyo que coincidía en mucho con tu mundo.

Yo me aparté para dejar que pudieras interactuar sin presiones y la verdad es que me sorprendió tu soltura y la tranquilidad con la que le hablaste, sin ninguna timidez 

De pronto ya estabas corriendo, yo te gané, ahora hagamos esto, por qué no hacemos lo otro, toda una camaradería instantánea con la que tú y Lucas daban un mensaje, un parte de guerra: no nos ha hecho daño el virus, no nos ha hecho daño el aislamiento forzado a veces arbitrario, ni uno ni los otros nos han lastimado.

Abuelo te faltó contar lo de Emilio y Mateo. Emilio tiene una bici igualita a la mía. Sale casi siempre con el papá y a veces con una señora. Le gusta jugar conmigo. pero casi no le entiendo lo que dice como que tiene problemas para hablar, pero me gusta correr con él porque siempre le gano.

Eres tan inteligente y sensible Martín que entiendes de inmediato los alcances de tus juegos y las posibilidades de interacción con otros. Mateo por ejemplo tiene no solo problemas de habla, sino de motricidad y tú lo entiendes y entonces te acercas a él, le prestas tus juguetes porque hay que compartir y le hablas con ternura.

Abuelo no contaste lo de la niña grande, la de la patineta, esa que siempre viene y se pone a hablar como una lora. El otro día llegó cuando estaba con Lucas y empezó a decir cosas y entonces me molesté mucho, ¿te acuerdas abuelo? Y entonces te dije, quiero ir a mi casa.

Claro que me acuerdo, hermoso, claro. esa decisión es parte de tu inteligencia emocional. Le diste la oportunidad a la niña, lo recuerdo, pero cuando ya no lo soportaste, tomaste la decisión de alejarte. Leccion de personalidad.


Te amo abuelo.

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No sé si te acuerdas Martincito de la película Toy Story, esa que viste con tus papis que cuenta la historia de unos juguetes que pertenecen a un niño llamado Andy y que se salvan de ser destrozados por otro niño llamado Sid, a quien le gusta desbaratar muñecos y combinarlos de maneras muy graciosas.

En la película muestran a Sid como un niño malo y feo que destroza sus juguetes y los arma y rearma, combina partes de unos y otros y los vuelve pequeños monstruos que en algún momento se enfrentan a los siempre impecables, benévolos y hasta tiernos juguetes de Andy que son por supuesto los héroes protagonistas de la película, con su mensaje de ser un amigo fiel y todo eso.

Abuelo, a mí me gusta desbaratar muñecos y ponerles las cabezas a unos de otros y los vuelvo nuevos personajes. ¿Te acuerdas cuando jugamos a ponerle la cabeza de Gokú al cuerpo de Vegeta y lo volvimos Gogeta o cuando le intercambié las armas a las tortugas ninja para que tuvieran nuevos poderes? A mi me gusta hacer eso, abuelo.

Claro Martincito, me encanta que hagas eso porque es una manera de mostrar tu creatividad, siempre lo he visto así, no hay maldad o desconsideración en tus experimentos, los he visto más como una manera de extender el juego de la otredad a tus muñequitos. Te decía antes que tus juegos están motivados por el deseo de ser otro y eso es lo que haces a tus juguetes, les das la oportunidad de ser otros.

Que combines partes de muñecos para producir variantes no previstas puede verse como una forma de crear monstruos, de violar la belleza natural y eso es lo que propone Toy Story para cerrar su esquema de los malos y de los buenos. Yo mismo había aceptado esa lógica y claro me había puesto siempre del lado del amoroso Andy y los valientes Woody y Buzz Ligthyear y hasta aceptaba como natural y valioso el mensaje de la amistad incondicional.

Pero tú, Martincito, me has hecho ver las cosas de otra manera. Ahora soy fan de Sid, el niño que rompe juguetes y los recombina, el niño que transita los modos barrocos en lugar de los modos clásicos, el niño disruptivo, no destructivo como lo quieren mostrar los de Pixar, el niño creativo que le da la oportunidad a sus muñecos de ser otros, esos otros que no son lo que nos piden que sean, es decir, que seamos.

Sid creativo

Mostrar a Sid como niño malo implica un mensaje terrible: es malo ser creativo, ser disruptivo.

Abuelo, mis papis dicen que no debo dañar los muñecos, pero a mí me parecen más graciosos si los desbarato y los combino, claro que hay unos muñecos que son más fáciles de desbaratar que otros. 

Cierto hermoso, eso es otra cosa que he descubierto contigo. Los juguetes más finos y costosos están hechos para que no se desbaraten, es decir, para garantizarles su integridad, no solo física, sino simbólica.

Prometo comprarte juguetes, libros, peliculas para desbaratar y rearmar. Prometo jugar a ser otro a cambiar lo previsto a crear contigo locas barbaridades.

Abuelo: te amo

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Mira abuelo ¡ese es un gato!

¿Dónde, Martin, dónde? ¡No lo veo!

Allá abuelo, al lado de la nube grande.

Ah si, si, ¡pero ahora se está volviendo otra cosa!

¿Qué cosa abuelo, qué cosa?

Como una araña, creo, si, ¡ahora es una araña!

No abuelo, ¡es una pelota de tenis!

¡Quéee? No la veo.

Abuelo, tú no ves nada de lo que yo veo.

Es que las figuras están cambiando muy rápido.

¿Y por qué abuelo, por qué cambian tan rápido?

Debe ser el viento, hay mucho viento que empuja las nubes y las hace cambiar de forma.

Pero yo no siento aquí viento abuelo.

Aquí abajo no hay viento, pero arriba, donde están las nubes si hay mucho viento y eso quiere decir que de pronto puede llover.

Ay yo no quiero que llueva porque entonces nos toca entrarnos y yo quiero estar un rato más contigo en el parque.

No creo que llueva pronto hermoso, yo creo que podemos jugar un rato más, si quieres vamos a la cancha a patear el balón o buscamos al gato amarillo.

¿Al gato? ¿No será que ese gato loco se subió al cielo y se volvió una nube?

Waw, ¿qué dices Martín? ¡Qué imaginación la tuya! Pero puede ser, porque no lo volvimos a ver y a lo mejor se volvió una nube, me gusta tu idea.

Y tengo otra idea abuelo.

¿Sí, cuál?

¿Te acuerdas del gallo que estaba atrapado en la bolsa blanca?

Claro que me acuerdo, pobrecito, me acuerdo.

Tú me dijiste que era del celador del parque y que se lo habían regalado y que lo iba a llevar a su casa en el campo.

Sí, eso es lo que creo que pasó.

Pues no abuelo, pasó otra cosa.

¿Por qué lo dices?

Mira arriba en las nubes…

Se volvió una nube, se escapó de la bolsa y se fue al cielo con las nubes. ¿Lo ves?

Martín eres algo especial, eres un mago o no qué cosa, ¡me sorprendes!

¿Pero lo ves?

Claro que lo veo, es perfecto.

Yo creo que ese gallo juega ahora con el gato loco en el cielo entre las nubes y juegan a las escondidas, por eso es que a veces no los vemos y después vuelven a aparecer.

¡Qué imaginación!, vas a ser poeta Martín.

Abuelo, abuelo, ¡mira, mira mira, mira en el cielo!

Waw, si, que bello.

Sí, si, si, abuelo, si, es un corazón. ¡Te amo abuelo!

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Cuenta el abuelo.

Lo vencimos Martín, la primera batalla contra el virus la ganamos, fue dura, mucho más dura de lo que podíamos imaginarnos, más dura que todas las batallas de Gokú o que las aventuras de Ben 10. Mr. Eggman, el doctor Octopus o cualquiera de los villanos de las películas son unos bichitos bobos comparados con el coronavirus.

El coronavirus, lo sabes Martincito porque a todos nos ha tocado aprender un poco y tratar de conocer a este virus para vencerlo, es un bicho muy raro: no lo puede ver uno, pero se sabe que está en todas partes, afuera, en la calle, en los hospitales y se mete en el cuerpo de las personas y las personas que tienen el virus cuando tosen o cuando estornudan o cuando hablan o gritan pueden contagiar a otras personas. Todo eso ya lo sabes, pero como a todos nosotros, nos resulta misterioso y extraño.

Nos hemos cuidado mucho. Desde hace un año todos usamos tapabocas, no salimos durante mucho tiempo ni siquiera al parque, no pudimos volver a los juegos de maquinitas que tanto te gustaban, tampoco pudiste volver al colegio y dejamos de hacer muchas de las cosas que antes hacíamos como ir a restaurantes o al cine. Eso ha sido triste, pero tú mejor que nadie, hermoso, has podido comprender y superar todas esas limitaciones.

A principios de este año, que pensábamos que iba ser mejor que el pasado, el virus se hizo más fuerte y atacó a mucha más gente. Supimos que, a nuestros vecinos, la familia de tu tía Mima, el coronavirus se les metió en la casa y los enfermó a todos, a Carlos, el papá, a las dos niñas, tus primas Paulita y Camilita y a la tía Mima. Todos enfermos, pero a la tía la atacó más duro y la tuvieron que llevar a la clínica, un jueves, un jueves muy triste. 

Lo peor vendría apenas unos días después, ese domingo, tu papi Joao también se enfermó y entonces tuvimos que hacernos la prueba todos los que estamos cerca a ti: tu mami, la Ita, la abuela Inés y yo. Fueron días de incertidumbre, pero por un milagro ninguno de nosotros resultó contagiado.

Supimos que a tu tía Mima la tuvieron que recluir en un lugar muy especial del hospital que se llama la uci, para poderla curar. Esa uci es un lugar muy feo, donde le ponen muchos cables a los enfermos y tienen que ponerle muchos medicamentos. Pero en ese lugar se fue recuperando muy poco a poco. A veces teníamos buenas noticias, a veces no tan buenas, y después de casi un mes, dieron la mejor noticia de todas: la tía Mima ya no tenía la enfermedad del virus y podía regresar a casa.

En ese mes que duró la tía en el hospital, la Ita lloró mucho, como nunca la había visto llorar. También ella y tus otras tías y la abuela Inés y Carlos y Camila y Paula y tu mami y muchos amigos rezaron, pidieron a Dios por la salud de Mima.

Yo no rezo, Martincito, no sé rezar, pero pensé mucho en tu tía y deseé con fuerza que se recuperara, porque ella es como una hermana. La conozco hace mucho tiempo y hemos compartido muchas cosas. La quiero como la quiere la Ita y tu mami y todas las demás personas, como la quieres tú, y ese amor de tanta gente ayudó para que Mima se recuperara, para vencer al virus, como también lo hizo tu papi, que no se enfermó tanto, pero tuvo que encerrarse en su cuarto y tú tuviste que aprender que eso era necesario para que ni tú, ni tu mami, ni tus abuelos se enfermaran.

Fueron días difíciles en que tampoco pude verte. Nos veíamos por el cuadrado, por el celular, cuando nos llamabas y charlábamos y jugábamos, así, por el celular, hasta que un día tu papi se curó del todo y tú pudiste venir a mi casa a jugar y a bailar como siempre y nos reunimos con tu tío Daniel y con la novia de tu tío, Paulina y las cosas volvieron a ser normales.

Hoy estamos todos felices porque la tía Mima volvió a casa y todos estamos sanos, pero fue una batalla como ninguna de Gokú, contra un enemigo temible y poderoso, del que aún tenemos que cuidarnos porque todavía está ahí, afuera, en las calles, en los hospitales y en la gente que se ha contagiado.

Responde Martin

Abuelo, estoy feliz porque la tía Mima se curó. Los doctores y los científicos la curaron y ya no tiene que estar en el hospital y va a volver a jugar conmigo y me va a traer regalos. Estoy feliz porque papi está curado y ustedes no se enfermaron, ni yo tampoco. Si le da uno que sea suave, es que a la tía Mima le dio en los pulmones. En el colegio me voy a cuidar mucho para que no tengamos que pelear otra vez con el coronavirus. Abuelo, quiero a la Tía Mima y a  mi papi y a mi mami y a los abuelos y a todos, hoy quiero a todo el mundo.

Posdata

Debo decirte algo que tal vez no comprendas todavía. El coronavirus es una plaga, un ser que para sobrevivir hace mucho daño a otros seres, como a nosotros, los seres humanos. Pero nosotros, los seres humanos somos la peor plaga de todas. Un señor que es un científico, me ha contado que somos una especie que ha destruido todo lo que ha tocado. Nuestras necesidades de energía no tienen límite y el planeta, nuestro planeta tierra se está agotando. Hemos contagiado el planeta con una enfermedad mortal llamada depredación y crecemos tanto como un virus. Dice el científico que hemos pasado de 250 millones de personas hace 2.000 años, a 750 millones hace dos siglos y medio y, desde entonces, nos hemos multiplicado por más de diez hasta los 7.700 millones de personas que actualmente habitan el planeta en  2021. Y se pregunta ese señor: ¿Hasta dónde puede soportar el planeta nuestras crecientes necesidades de energía?. Yo creo Martincito que si no hacemos algo para que el planeta no se enferme, podemos morir todos con él. Cuando seas más grandecito, tal vez entiendas todo esto y seas uno de esos héroes que ayude a salvar el planeta y a nosotros también.

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Todo estaba programado para que el lunes pudieras ir al colegio después de casi un año y de varios intentos por un retorno a lo presencial, pues el coronavirus obligó al cierre de las instalaciones y a un modo distinto de recibir clases que por fortuna supiste aprovechar súper bien.

Pero —como ha sido todo en esta época de la pandemia— las cosas no siguieron la lógica de un plan o de un deseo y tú hiciste en la noche anterior una fiebre que nos asustó a todos, pero que por fortuna no pasó a mayores, aunque sí impidió que fueras al colegio como queríamos.

Al otro día ya estabas bien y empezó el alistamiento para el miércoles.

Y llegó el día.

Nos enviaron las fotos y el video de tu entrada. Te vi tan grande, tan firme, tan bello, sin temores, un poco ansioso por ver las cosas de tu colegio y por reconocer a tus compañeritos (cinco niñas y el famoso Dieguito). No pude evitar las lágrimas. Estás creciendo mucho y muy rápido. Una mezcla de nostalgia por ese ese niño lindo, tierno que siempre has sido y que poco a poco se está volviendo un muchacho, y de culpa por no poder estar contigo también acompañándote hoy en tus clases Todo eso hizo que saltaran las lágrimas. 

Pero no, estoy seguro de que siempre me vas a querer, siempre nos vamos a querer, y también lo estoy de que eres fuerte, eres un niño capaz de asumir todos los retos que te va presentando la vida. 

Seguí tu experiencia de esta singular jornada por los mensajes que fuimos recibiendo al WhatsApp. Es la maravilla de las comunicaciones de hoy: nos dan el poder de la omnipresencia y de la inmediatez. Por eso este recuento, Martincito, no puede ser sino multimedial, así que paso a mostrar y comentar los registros de este gran día.

El alistamiento

En esta foto estás listo para salir, con tu sudadera, tu mochila y tu tapabocas. ¡Todo el equipo!

Alistamiento

La llegada al colegio

En este video está el momento de tu despedida. Tu mami te dice palabras cariñosas y de aliento y tu la oyes con atención. También se escucha a tu papi.

Video con tu mami

Y en esta secuencia de fotos está la entrada al colegio. Vas avanzando con calma, hacia lo que seguramente fue un descubrimiento.














Video de la entrada

Las actividades 

Este fue el primer video que recibimos de tus actividades. Bailas con cuatro de tus compañeritas: Violeta, las dos Saritas y Ana María. Se te ve suelto, tranquilo, divertido

Video con las compañeritas

Las medias nueves

En esta foto comes un inmenso palo de queso. Son tus medias nueves.

El informe de la Miss

Estas palabras de tu profesora Miss Lilli, nos emocionó muchísimo. Sentimos que lo habías logrado, que te habías integrado a las actividades y que podrías avanzar en tu formación con la seguridad que todos esperábamos.

Audio del informe de la Miss

La recogida

No es que nos sorprendiera, pero si sentimos una emoción un poco ambigua: en este video sales llorando, pero no es que te haya ido mal, sino que eres un consentido hermoso. Tu emoción de vernos cuando fuimos a recogerte te llevó a ese lloriqueo.

Video de tu salida

El regalo

Tenía preparado un regalo para tí. Una maquinita de juegos que habíamos visto hace unos días y que tú querías para jugar pac man y sonic. La maquinita trae muchísimos juegos que tú irás descubriendo. Lo cierto es que el regalo te encantó y te calmaste y tuvimos otro tema de conversación. En estas fotos estás curioseando el regalo.






En la casa

Ya en casa, juegas, conversas, nos cuentas con más tranquilidad tu experiencia, tu encuentro con los amiguitos que solo conocías por la tablet, con tus profesoras y profesores y con una nueva profesora a la que llamas la auxiliar, cuyo nombre ya conoceremos.  Y nos cuentas que te gustó mucho el parque, aunque los juegos estaban cerrados, y que el colegio te pareció lindo. 

Video de la maquinita

Queríamos conocer más detalles, más emociones tuyas, más cosas de tu experiencia, pero tú, con toda la naturalidad del mundo, nos fuiste bajando las expectativas, nos informaste con tu actitud y tu ingreso a la normalidad de la casa, que ya, que tampoco era para tanto, que seguirás tu vida, tus juegos, lo tuyo, y que el colegio es una más de las experiencias que tienes para vivir y compartir.

Nosotros te entendemos, pero no podemos dejar de lado la emoción de haber sido testigos de tu primer día presencial en el colegio.

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Martincito: tu tío Mauro, mi hermano, es un héroe de verdad.

¿Si, abuelo? ¿Por qué el tío Mauro es un héroe?

El es médico

¿Médico y científico?

Pues, si, de alguna manera él también es científico, ha escrito artículos científicos y es profesor en la universidad

¿Profesor como tú, abuelo?

Si Martín, pero él es profesor de Medicina.

¿Y él se inventó la vacuna?

No, Martín, él no se inventó la vacuna, pero cuida y cura a los que se enferman por el virus.

¿El curó a la tía Mima?

No, hermoso, él no la curó, pero ha curado a muchas otras personas.

¿Cuántas personas ha curado el tío Mauro?

Muchas, no sé exactamente, pero desde que él va al hospital a curar personas afectadas por el virus, son muchas. Él es un médico que cura huesos, pero desde hace unos meses ayuda a las personas a curarse del virus en unas salas especiales que se llaman uci.

¿Abuelo y como curaba antes los huesos el tío Mauro?

Él estudió mucho cómo ayudar a las personas que se les rompen los huesos o tienen problemas en sus piernas y brazos y manos.

Yo me caí la otra vez y me dolieron mucho las manos, ¿te acuerdas abuelo? pero tú me dijiste que no se me habían roto los huesos. sino que se me lastimaron los tendones y tú me hiciste masajes y me pasó.

Si, me acuerdo, menos mal que no te pasó nada en los huesos, porque es muy doloroso.

¿Y el tío Mauro quita el dolor de los huesos?

Si, eso hace y los arregla también cuando se rompen.

Uy, el tío Mauro es muy bueno.

Si, Martincito, es muy bueno y ahora se dedica casi todo el tiempo a curar a los enfermos en las uci y por eso lo llaman ahora médico intensivista.

O sea que él es muchos médicos al tiempo.

Si, eso es, y el médico que es ahora es un héroe porque salva muchas vidas y dedica mucho tiempo y muchos conocimientos a salvarlos.

Y porque es capaz de vencer al virus, ¿verdad abuelo?

Si, hermoso, vence al virus, como lo hacen muchos médicos en el mundo. Por eso es un héroe y hay que darles las gracias y muchos aplausos.

Yo quiero ver al tío mauro y darle las gracias y muchos aplausos.

Si, pronto lo podremos hacer, por ahora esta conversación se la vamos a enviar para agradecerle y para decirle que lo admiramos mucho.

Si, abuelo, le vamos a enviar el mensaje ya.

Y este es el mensaje del Tio Mauro para todos nosotros, hermoso Martin

La tarea heroíca de los médicos

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Tete panela

Abuelo, yo ya soy mi hijo.

Esta afirmación un tanto extraña merece una buena explicación.

Me dijiste eso apenas llegué a tu casa, como siempre al medio día para almorzar con ustedes y acompañarte en la tarde mientras tu mami trabaja.

Antes de preguntarte quise encontrar algún sentido a lo que decías, pero por más que repasé los pasatiempos que compartimos y que revisé mentalmente nuestros juegos de palabras, no lo logré, así que te pedí explicaciones.

¿Cómo así, Martín, por qué dices eso?

Si abuelo, es que quería tete panela (así llamas a la bebida hecha con leche endulzada con panela y dispuesta en un envase con tapa que facilita la succión como un tetero), pero mi mami entró a reunión y no pudo hacerme el tete.

Abuelo y yo tenía mucha hambre.

¿Y qué hiciste entonces, Martin?

Sabes abuelo, tomé el frasco que estaba en mi cuarto, saqué una cuchara pequeña de la caja de cubiertos y llevé la silla pequeña a la cocina y así pude subirme al mesón y abrir la puerta del cajón donde está la panela.

¿En serio Martín y no te dio miedo caerte?

No abuelo, lo hice con cuidado. Eché tres cucharadas de panela en el frasco, me bajé con cuidado, sin regar nada, abrí la nevera y saqué la leche.

¡Uy Martín, pero hiciste todo solito!

No abuelo, después de eso volví a subirme al mesón, abrí el microondas y puse cuatro y cero como he visto que mi mami hace y puse a calentar el tete.

Después abuelo tapé el frasco y batí el tete.  Ahí se me regó un poquito, pero no mucho. Me fui al cuarto de los papitos y puse a Vlad y Nikita en la tele y me tomé todo el tete.

Vi cuando Vlad le hace bromas a Nikita y a la mamá y entonces timbraste tú y yo te abrí y te dije yo ya soy mi hijo, abuelo.

Quedé sorprendido por tu capacidad de observación, por la manera como pusiste en escena la secuencia de la preparación del tete (lo he hecho muchas veces y no había caído en la cuenta de la complejidad del procedimiento), por tu decisión de hacer tú mismo las cosas, por tu instinto de supervivencia, pero también por la manera como sorteaste los riesgos, en fin, por tu grado de autonomía.

Esta pandemia nos ha puesto a hacer cosas que de otra manera tal vez no habríamos hecho sin esa condición, nos ha vuelto más hábiles en actividades y funciones que no teníamos en nuestro radar, te ha obligado a eso, a la autonomía, a crecer en muchos casos más rápido de lo que tenían que ser tus ritmos. Y eso es bueno, pero no deja de tener algo de chocante.

Ser mi hijo, es tener que hacer lo que tus padres deberían hacer por ti, crecer más rápido de lo que se hubiera esperado. Es quemar etapas que tal vez te impidan vivir procesos más naturales.  Pero es también una expresión que muestra tus capacidades especiales.

Te amo Martín.

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Abuelo, ¿por qué el tío Daniel se quitó los pelos de la cabeza? Ahora se parece al Peludo pelón.

Es cierto Martincito, tu tío decidió raparse la cabeza y ahora se parece al personaje del cuento del Peludo pelón que él te regaló y que te gusta que leamos de vez en cuando. Ese libro es muy chévere porque cuenta la historia de un señor que se rapa la cabeza desde la perspectiva de un niño que se llama Martin como tú y que ve lo que ha sucedido en la cabeza del papá cuando los piojos cuentan cómo se habían acomodado en su cabeza y después fueron desalojados por una máquina de peluquería, todo muy bien ilustrado y con tecnología de realidad aumentada.

¿Abuelo es que al tío le salieron piojos también?

No, hermoso, él decidió raparse para que el cabello le salga más fuerte.

Me gustaba más cuando tenía pelo, pero no importa él es muy bueno conmigo, juega, baila y me enseña muchas cosas y también me gusta porque viene a mi casa o a la casa nueva con Paulina que también juega conmigo y me enseña cosas.

Si Martin, Paulina es la novia de tu tío y te quiere mucho.

¿Y el tío Daniel ha hecho otros libros además del Peludo Pelón?

Él ha hecho otros juegos y aplicaciones si, él es un artista.

Y también tiene dos gatos Chaplin y Gamber. A mi gustaba ir al apartamento del tío y jugar con los gatos y salir al parque con él, pero hace rato que no vamos a su casa.

Si Martinico, como te dice el tio. Por lo de la pandemia y el coronavirus hace rato que no lo visitamos, pero él ha ido a tu casa y también a la casa nueva y jugamos y charlamos y nos vemos un buen rato y estamos todos felices.

El que no ha venido es el tío Alex, el hermano de mi papá. 

Eso ha sido todavía más difícil Martin. Él vive más lejos y no sabemos si puede venir por lo del virus. 

¿No se ha hecho la prueba, abuelo? A mi mami si y a ustedes, a ti y a la Ita también.

Si hermoso, nosotros nos hicimos la prueba y todo salió bien.

Recuerdo que el tío Alex me regaló un libro que él escribió y dibujó para mí.

Si claro que me acuerdo también. Es un libro que cuenta una aventura muy bonita.

Si abuelo, es la aventura de mi papá y yo por una ciudad. 

Alex me escribió un libro que tiene muchos dibujos y cuenta la historia y aventuras con mi papá y él vive con mis otros abuelos Néstor y Cus. Y también vive con ellos la princesa Leia, una gatita que vivió con nosotros cuando yo era bebé.

Si recuerdo, sobre todo porque tú vivías detrás de ella que también era bebé y le molestabas la cola y parecían dos niños traviesos jugando todo el tiempo, pero tus papás decidieron que mejor Leia creciera un poco más y la llevaron donde tus abuelos y tu tío y allá vive feliz.

Yo quisiera que volviera Leia o mejor que me compraran un perrito o un caballo o unos pollitos o mejor unos pecesitos como a Vlad y Nikita.

Jajaja, si, sería bueno que tuvieras una mascota, de pronto cuando se cambien de apartamento a uno más grande y cómodo podrías tener tu mascota

Abuelo

Si, hermoso…

Te amo y quiero mucho a mis tíos y a Paulina. Ojalá pudieran estar conmigo más tiempo

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Tengo muchos bisabuelos. Tres están en el cielo, Héctor, Rosa y Enrique, y cuatro viven todavía, Custodio, Rosana, la Inés y el Nacho.

A Nacho lo veo por las cámaras cuando miramos cómo está él en su casa, pero no podemos visitarlo porque de pronto le contagiamos el virus y se puede morir. A veces le hacemos llamadas por el cuadrado y así lo puedo saludar, aunque casi no habla, siempre está en una silla junto a la ventana o en su cama. Mi abuelo Jaime dice que él se imagina que vive en el campo. Me acuerdo de una vez que fuimos a su casa y le dio mucha tos y se le salieron los dientes.

Nacho

A la Inés la veo todos los días, ella se ríe mucho y me quiere y me consiente. A veces se olvida que me llamo Martin Galindo y me dice dizque Martin Rodriguez, pero yo digo, no, sino que me llamo Martin Galindo Rodriguez. Jugamos y reímos y cantamos el feliz cumpleaños, pero no baila conmigo.

Inés

Custodio es el abuelo de mi papá y vive en un pueblo de tierra caliente, en una casa bonita donde estuve algunas vez y me bañé en la piscina. Casi ni lo veo, pero sé que me quiere mucho.

Custodio

Rosana es abuela de mi papá. La veo poco, pero mi papá me cuenta de ella.

Rosana

Los otros bisabuelos se murieron y están en el cielo. 

Héctor
Rosa

De mi bisabuelo Enrique no me acuerdo, solo lo vi una vez en Santa Marta. Yo era un bebé de 3 meses y lo que me contó mi papá es que a los pocos dias de la visita murió, como si estuviera esperando conocerme antes de irse al cielo.

Enrique

No me acuerdo mucho de ellos tres, sino que los veo en fotos y mi mamá, mi papá, la Ita y el abuelo Jaime me cuentan de cuando estaban vivos y yo era un bebé y ellos me querían.

Ellos nos cuidan y nosotros tenemos que acordarnos y hablar de lo mucho que hicieron cuando estaban vivos. Los extraño.

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Uno, dos, tres, cuatro, son cuatro, ¡son cuatro abuelos, vinieron todos, vinieron los cuatro! Ahí están Néstor, Cus, Jaime y Yaneth.

Estabas muy emocionado, no te esperabas que los cuatro fuéramos al Jardín en la celebración del día de los abuelos y cuando nos viste entrar al salón donde estabas sentado con tus demás compañeritos, realmente te emocionaste, querías que todos supieran que estábamos allí, que te íbamos a acompañar los cuatro, y era como una especie de orgullo que querías expresar de muchas maneras.

No eran tiempos de pandemia y entonces nos pudimos reunir muchos en tu Jardín, abuelos de todas las pelambres acompañando a los nietos, recibiendo de los niños alegría, risas, incluso un acto musical bellísimo que nos hizo emocionar hasta las lágrimas.

La pasamos muy bien, fue un día soleado y tu querías mostramos todos los rincones y estar con uno y con otro, muy contento y muy feliz, hermoso Martincito. Cómo olvidar esa alegría, esa sonrisa que no se borraba de tu rostro. Eras más luminoso que el sol de ese día.

Fueron muchos los momentos en que nos pudimos reunir todos, abuelos, bisabuelos, tíos, tías abuelas, tus papás, a compartir contigo alguna celebración, tu cumpleaños, el de algún otro o simplemente estar juntos. Esos tiempos, esas alegrías, esas experiencias fueron interrumpidas por la pandemia. Llegaron otras formas de vernos y otras experiencias, la conexión virtual, la comunicación a través de dispositivos, pero nada ha podido reemplazar las emociones de los encuentros que podíamos hacer antes.

Al abuelo Jaime y a la Ita Yaneth los veo todos los días, pero ya casi no veo a la Cus ni al abuelo Néstor. Me hacen falta.

Si hermoso, las cosas cambiaron mucho. Cambió casi todo, menos nuestro amor por ti. Ninguno de los cuatro abuelos, ninguno de los que siempre te han querido ha dejado de hacerlo. Al contrario, ahora te queremos más porque todas las penas que ha traído esta pandemia se alivian gracias a tus juegos a tus risas a tu inteligencia y al amor que sabes regalarnos a todos.

El abuelo Néstor sabe cantar y me enseña muchas cosas. La Cus me trae regalos y me consiente, la Ita me hace tete panela y me abraza y me besa y me quiere y tú juegas y bailas conmigo. Uno, dos, tres, cuatro, amo a mis cuatro abuelos.

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No puedo evitarlo hermoso. Lloro, lloro sin parar pensando en ti, en mi incapacidad para garantizarte la felicidad, en mi impotencia frente al futuro que te espera en unos años. Lo que nos ha tocado vivir, lo que has tenido que vivir en estos tiempos ya demasiado prolongados de la pandemia no es justo, deberías haber ido al colegio como fuimos todos antes de ti, debiste vivir una vida más tranquila, más estable, más segura. Pero, como si fuera poco haber nacido en un país como el que te tocó, tan marcado por la violencia, por la desigualdad, por la corrupción, viene este bicho y nos deshace la vida.

Claro, todo puede tener una justificación, siempre es posible buscar culpables y siempre, sin remedio, llegamos hasta nosotros mismos, hasta nuestra ceguera, hasta nuestra indolencia, hasta nuestra complicidad si quieres, pero la verdad es que no tenía por qué afectarte o al menos no tanto, y sin embargo siento que, a pesar de tu flexibilidad, de tu gran inteligencia, de la capacidad con la que has afrontado a tu manera las cosas, hay algo que te afligirá profundamente.

Claro, siempre es posible pensar en positivo, pensar que aprendiste cosas que de otra manera habrían sido más difíciles, más lentas, pensar que la unión familiar se hizo más evidente, que tu capacidad para transitar por todos los mundos te hizo más capaz, más alerta, más tolerante si se quiere, que tuvimos la oportunidad de hacernos amigos porque no había con quien más jugar o conversar o reír o bailar, si, Martin, todo eso también fue lo que sucedió y que bueno que así haya sido, pero no puedo evitar pensar y sentir que no es justo, que no tenía que ser así, que quién sabe cuánto más tiempo nos acose esta pandemia y tu aplaces una vida que debió ser y que ya seguramente no fue para ti. 

Quiero terminar esta carta, la última de lo que he llamado la primera temporada, dándote las gracias por todo lo que hiciste, tal vez sin saberlo, sin mucha conciencia de las cosas, pero de todos modos con la autenticidad y la naturalidad de tus años y de tu bella existencia. Eres una personita que vino, no lo dudo ni un instante, a traernos felicidad, alegría, vida. Gracias por haber hecho de estos tiempos terribles una experiencia menos dolorosa, más llevable, más llena de oportunidades y aprendizajes. Gracias hermoso. Te amo y te amaré siempre.

Y no le hagas caso a mis lágrimas, con el tiempo me he vuelto un viejo llorón. Mis lágrimas no son más que formas líquidas del amor. 

1-03-2021

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