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Archive for the ‘8. Impresiones’ Category

En esta obra, y siguiendo la tradición inaugurada por la novela burguesa  (Flaubert, Dostowesky,  Proust), Noteboom nos propone una visión radicalmente subjetiva de la realidad, esa que emana y debemos aceptar desde la voz interior de Arthur Daane, el protagonista del relato, quien al comienzo de la historia narrada deambula por un Berlín albino y extremadamente frío en busca de imágenes para su película soñada, pero sobre todo intenta llenar los vacíos de tiempo, esos momentos que enlazan un paso al otro en su caminar monótono, llenarlos con lo que el narrador llama “meditaciones instantáneas”: ocurrencias repentinas que van mutando de contenido casi tan imperceptible como maravillosamente.

Cito: “Él rió. Con esos pensamientos no había atravesado aún la Steinplatz. Era asombroso cuánto se podía pensar en unos cuantos metros… ¿De dónde provienen las ocurrencias repentinas?” (26). Como Faulkner antes (en Mientras yo agonizo), en esta novela, manifestación sutil de lo que Kundera denominó: “La llamada del pensamiento”, nos vemos obligados a reconstruir la acción externa por la acumulación de momentos interiores, que son a la vez los que revelan la inmediatez de la vida del personaje. Pero a diferencia de la novela burguesa que confía en la iluminación global del universo a través de la organización de los fragmentos del pensamiento, Noteboom sabe muy bien que no es posible dicha reconstrucción. Sólo es posible asombrarnos con la capacidad para pensar y discernir pues, como lo afirma esa otra voz de la novela, el coro (y de la que hablaremos más adelante): “somos los únicos seres en todo el universo que podemos conquistar la inmensidad del espacio y del tiempo, por la facultad del pensamiento” (53).

Pero hay una curiosa y sutil evolución de esa  “llamada del pensamiento” y es el vínculo de la novela con esa otra característica de la obra del holandés: su literatura de viajes. Si acudimos a la definición que el propio Kundera hace de las novelas de pensamiento, podemos observar en qué consiste dicha evolución: veamos. Dice Kundera: “Musil y Broch dieron entrada en el escenario de la novela a una inteligencia soberana y radiante. No para transformar la novela en filosofía, sino para movilizar sobre la base del relato todos los medios, racionales e irracionales, narrativos y meditativos, que pudieran iluminar el ser del hombre; hacer de la novela la suprema síntesis intelectual. ¿Es su proeza el fin de la historia de la novela, o más bien la invitación a un largo viaje?”.

Pues bien, en la obra de Noteboom, la última frase de Kundera se puede aplicar literalmente. Como se sabe, es una constante de la obra de este escritor la relación entre literatura de viajes y ficción o lo que es lo mismo, entre realidad y ficción, tal como se ofrece en el modelo de ficción posmoderna en el que, siguiendo a Javier Aparicio, este escritor “se mueve siempre como pez en el agua”. Ya desde El desvío de Santiago (libro de viajes de 1992, que vuelve a resonar en esta otra novela), Noteboom se ganó el reconocimiento como escritor viajero y cronista y mostró un estilo en el que el viaje (interior y geográfico) es pretexto para digresiones eruditas y especulaciones de todo tipo, muy a la manera de autores “como Sebad o Magris que eluden narrar historias y optan por especular con ellas” (Aparicio, 416).

Viaje y pensamiento, pensamiento que es viaje, viaje que sirve para pensar, todas estas combinaciones se desarrollan en la obra de Noteboom. Y parte del pensamiento que se despliega es del tipo metaficcional, es decir, reflexiones sobre al acto creativo que tienen quizá su mejor expresión y antecedente  en su novela Una canción del ser y la apariencia de 1998, en la que Noteboom concibe una conversación imaginaria entre dos escritores: uno temeroso de su oficio, angustiado ante la página en blanco, indeciso, y otro profesional, convertido en expendedor mercantil de historias. Allí se reflexiona sobre el papel del escritor en nuestra sociedad y se cuestiona el concepto mismo de realidad, cuando se afirma que la imaginación es una forma de realidad, pero también que la realidad es sólo imaginación: “No dudas de la autenticidad de tus personajes -afirma, muy a lo Borges,  el escritor pragmático-, sino de la autenticidad de ti mismo. Si puedes inventar a alguien, también alguien te ha podido inventar a ti”. Y en relación con la vida o impacto de lo literario afirma al final del texto: “Has convivido con unos personajes durante un año o dos, los has enviado a recorrer el ancho mundo. Ahora los has abandonado, los has dejado solos en una estación de tren…”

Pero también en esta novela aparece ya otro rasgo característico que va a evolucionar en El día de todas las almas: la tematización del lector (“¿Qué otra cosa era el lector -se dice en la novela mencionada arriba- sino el posible tema del relato?”). ¿Pero qué es lo novedoso en este caso? Pienso que dos asuntos: de un lado, la brevedad de esas interrupciones “meta ficcionales”, muy consciente Noteboom ya de que demasiadas interrupciones, o muy largas,  a la historia pueden afectar el efecto narrativo (y en este caso, hay una historia que contar antes que nada); y, de otro lado, la calidad de esas intervenciones:

“No, no os preocupéis -advierte el narrador-, no interrumpiremos en exceso esta historia. Cuatro o cinco veces a lo sumo, y siempre muy brevemente. Dejadnos” (54).

“Y ¿que quiénes somos nosotros? –se explica- Digamos que el coro. Un incierto organismo registrador que puede ver un poco más allá de vosotros, pero sin verdadero poder: aunque quizá pueda también darse el caso de que aquello que perseguimos solo nazca por obra de nuestro mirar” (54).

A la manera Brechtiana, este coro, no cuenta, sino que reflexiona sobre los límites de nuestra existencia humana y de nuestra observación de los hechos reales. Se dirige al lector, indudablemente, lo interpela, a veces de manara dura, y le hace ver cosas que la narración misma no puede ofrecer:

“Todo es al mismo tiempo real y una ilusión, y vvir con eso no es tarea fácil”

“No podemos hacer más –advierte este curioso narrador- de lo que hacemos, pues nuestro poder, si es que tenemos alguno, termina con la observación, con la lectura de pensamientos tal y como vosotros leéis un libro. Debemos seguir, pasamos páginas, oímos las palabras de sus pensamientos…”

Claro que también nos ofrece momentos de síntesis así como anticipaciones; este coro es una especie de confidente del lector que ofrece eso que el narrador seleccionado y por tanto limitado que nos cuenta lo demás, no puede hacer. Es también una suerte de descanso o tal vez de azotea de los acontecimientos que funciona como intermezzo que uno aprende a esperar y a valorar.

A diferencia de otras novelas de Noteboom, en esta obra, la reflexión sobre el proceso creativo no tiene como sujeto al escritor y por tanto no es la literatura su foco, sino la producción cinematográfica y más aún: lo que Omar Rincón llama, la condición video. En efecto, Arthur Daane es un documentalista cinematográfico de larga trayectoria que lleva varios años empeñado en un proyecto particular: tomar imágenes de lo que él llama la vida anónima, sin ningún orden, ni plan, con la esperanza de lograr al fin material para una película de expresión personal.

Esta situación tiene al menos dos implicaciones. De un lado, lo que podríamos llamar la extensión de la ciudad letrada, con la acogida que se le da a un cineasta como parte de la intelectualidad más fina y sutil, representada en este caso por el círculo de amigos que rodean a Daane, nada menos que un filósofo, un artista y una científica. Pero no sólo es que al cineasta se le permita hacer parte del club letrado más tradicional y exclusivo, sino que él mismo se comporta como un letrado, con su erudición, con su capacidad para reflexionar y relacionar referencias cultas y producir o proponer  ideas lúcidas.

La otra implicación es la de dar estatus creativo al trabajo del cineasta. Esto se logra con las reflexiones sobre la obra y la expresión cinematográfica, que no por casualidad se considera análoga a la escritura literaria.

En efecto, Daane se ha propuesto filmar lo anónimo, lo oscuro, es decir todo lo contrario a lo que dicta la “razón cinematográfica” que pide que el cine sea visto, y que hace decir  a la gente que hace cine cosas como: “allá tú si pretendes hacer de la penumbra tu especialidad, pero aquí no vengas con esas cosas y luego en la televisión, menos todavía”, o “hay recursos técnicos para mostrar o sugerir esa parte del día, pero tú no quieres usarlos”. Danne, sin embargo está interesado en esas horas entre la noche y el día o el día y la noche, con todos sus matices de gris:

“Lo más bonito era, pensaba, cuando ese gris tenía los colores de la película, el brillo enigmático del celuloide. Oscuridad que parecía gatear despacio hacia arriba desde el suelo o intentaba desparecer de nuevo en él, y en esa oscuridad todas las formas de luz posibles: la del sol que sale o desaparece. Sobre todo cuando éste no se veía porque era entonces cuando se convertía en algo fascinante” (61).

Expresión personal, proyecto sin meta y sin forma (“Si se le preguntaba qué hacía con todos esos metros  de película, no tenía respuesta convincente: no formaba parte de nada…”) que aleja a Daane de su labor oficial (documentalista) y lo acerca al perfil del artista incluso al de escritor:

“Él filmaba como un escritor va tomando notas, quizá fuera ese un buen símil. En cualquier caso lo hacia para sí mismo”

Esa decisión de filmar para sí mismo, entra en contradicción con lo que se espera de formas más industrializadas como el cine o el video.

“¿Qué se proponía entonces con ello? Nada por el momento. Conservarlo. Quizá fuera sólo por ejercicio como algunos maestros chinos o japoneses habían dibujado cada día un león para el futuro… Alguna vez podría filmar un crepúsculo como nadie lo había hecho. Y a esto se le añadía otro elemento: el de la caza. Cazar, coleccionar… llegar a casa con algo, así de simple era” (61).

Pero el símil con la escritura se agota quizá en lo técnico, pues a la hora de definir la intención creativa, se acude a la capacidad intrínseca del filme:

“Lo que le importaba a él era algo que no se podía explicar con palabras, desde luego no a otros, algo que él llamaba la inmaterialidad del mundo, que suponía la desaparición de los recuerdos sin dejar huella”.

La reflexión sobre el “proyecto” de Daane es rica e intensa, involucra a sus amigos letrados y define de alguna manera cierta universalidad del arte, esa manera de expresar sin los condicionamientos del mercado o de la industria cultural.

“Sólo después se había atrevido Arthur a comentarle  (a su amigo  Arno) su otro proyecto más secreto, todos esos fragmentos filmados en muchos años que, a primera vista, no guardaban una lógica, fragmentos en ocasiones  tan breves como el que había cazado esa tarde en la nieve… piezas de un puzzle gigante que quizá en un futuro consiguiera encajar” (72).

Y es que podría arriesgarse aquí que el equivalente al ejercicio creativo literario en un mundo en el que la imagen tiene el don de la ubicuidad, en un mundo fascinado por la reproducción visual, en este mundo de la hiper visualidad, es el video en su clave expresiva.

El video es la cámara, dice Omar Rincón, y la cámara es una máquina semiótica. El video promueve que haya una construcción personal a través de todas las posibilidades de producción y de creación que ofrece como tecnología y estética. El video no es una arte, como tampoco lo es la expresión escrita, pero como ella, es un medio que puede utilizarse para crear un producto artístico.

“La forma video, afirma Rincón, se caracteriza por ser fragmentada, por expresarse en condiciones de velocidad, por permitir diversidades audiovisuales y por responder a la necesidad del ser humano de hacerse visible en las sociedades de riesgo cultural”  (205).

Y al profundizar en las condiciones que marcan al video como narración, quizá podamos acercarnos a la obsesión de Daane por su proyecto. Siguiendo a Rincón de nuevo, el video está marcado por una estética imperfecta, en la medida en que es una mirada que cambia en cada exposición. Es también una narración improbable, un significado incierto, una condición flujo, es un proceso de devenir siendo. Pero el video, que curioso, no tiene como horizonte de pensamiento la autorreflexión y quizá esto explique la necesidad del “coro” en una novela que como la de Noteboom, narra al parecer siguiendo la condición video como  modelo; es entonces el coro el lugar donde se expresa la reflexión que solo puede hacerse con la palabra. Pero también, el video es una narración individual (y que cercano esto a la escritura), incluso una búsqueda  por fuera de lo mediático, una condición  de resistencia.

El video expresa la necesidad de involucrase personalmente en la producción de imágenes. Pero además, el video versa sobre la diferencia, inserta, dice Rincón, la posibilidad de la diferencia sensible, crea nuevas posibilidades de diálogo entre sujetos:

“El video, sugiere Rincón, es un espejo de cómo venimos produciendo referentes en la sociedad. El video es una representación de subjetividades: pone énfasis en el yo-sujeto-que-realiza y se pregunta ¿quién tiene derecho a representar a quién?” (212).

Quizá por eso Daane con su proyecto establece una fuga que no sólo lo aparta de la producción industrializada de imágenes, sino que le permite hacer crítica a otro tipo de producción de las mismas, y muy especialmente a las imágenes periodísticas, tanto de la prensa escrita como de la televisión. Y se propone por eso un proyecto artístico o por lo memos expresivo, es decir, un modo de captar y de intervenir las imágenes que ofrezca nuevos e innovadores sentidos, como ese de la penumbra y del anonimato que configura su proyecto secreto.

Nada mejor para el proyecto de Daane que esta definición de Rincón de “video expresión”: “Video como acto de comunicación, lugar de liberación y artefacto narrativo. No busca ser arte, sino expresión pura; su intención es develar como viene siendo cada uno; su potencial, posibilitar el becoming de cada ser-expresión. Aquí se busca constituir modos de expresión que pretenden dilucidar y comunicar las resistencias y los modos de subjetividad contemporánea” (212).

Y en ese proyecto hay, finalmente, poesía en el sentido de que no hay un propósito claro sino que en lugar de eso hay mera gratuidad, misterio en estado puro. Y nada mejor para mostrar ese carácter poético del proyecto que esta larga perífrasis de las reflexiones del narrador:

¿Sabía -Daane- con exactitud lo que quería? ¿Cuánto tiempo se concedía para llevar a cabo su proyecto? ¿Terminaría alguna vez? ¿O eso no importaba? ¿No era necesario  darle una forma precisa, una composición? Lo que le daba unidad a esas imágenes que encontraba y con las que trabajaba era el haberlas elegido y grabado. Así como para los poetas tampoco había ningún patrón fijo, excepto el hecho de que la mayoría partía de una imagen, una frase, un pensamiento que les había sobrevenido de repente y que habían apuntado sin comprender muy bien la razón, así él filmaba esas imágenes llevado por la pura intuición.

¿Sabía ahora con exactitud por qué, por ejemplo, había grabado ayer por la tarde esas escenas en la Postdamer Platz? Tal vez no, pero sí sabía que esas imágenes formarían parte de “ello”. ¿De qué?

Además, ésta no era una película por encargo, sino que la pagaba él  mismo, porque quería hacerla a cualquier precio, quizá como un poeta quería hacer un poema. Él hacía una película que no pedía nadie, igual que tampoco nadie pedía nunca un poema.

De otro lado, el hecho de que esta película tuviera que ver con el tiempo, con el anonimato, con la desaparición y con la despedida, no era algo que él hubiera buscado, era sencillamente así, se imponía. Pero no debía preocuparse sino más bien confiar en que surgiría al fin la claridad de ese caos. Y si salía mal, no tenia que rendir cuentas a nadie.

La ciudad letrada abre así sus puertas y da estatus de poesía, de arte, a la condición video, admite el video como expresión bajo el requisito de que el cineasta, se comporte y se comprometa como el artista. Sólo si trabaja, elabora, se aparta de las determinaciones del mercado, habla y reflexiona como un intelectual, sólo si se deja retratar desde la literatura, sólo si es visibilizado por la literatura, puede acceder a un lugar en la ciudad letrada.

Lo ha dicho ya Ana María Amar Sánchez: la literatura atiende el código masivo, lo lleva a su recinto sagrado, lo admite, sólo a condición de delatarlo, en una dinámica de seducción y de traición que pretende dar cuenta de “eso otro”, sin caer en la otredad total. En este caso, la novela de Noteboom da cabida al cineasta, a la condición video, los compara incluso con el poeta y con la poesía, pero no se convierte en video, ni si quiera en el guión de una posible película, sino que más bien refuerza la imposibilidad de otros medios para cumplir la función que ha cumplido hasta ahora la literatura. Lo ha dicho Carlos Fuentes:

“La novela ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo. Crea complementos verbales del mundo. Y aunque siempre refleja el espíritu del tiempo, no es idéntica a él”.

El día de todas las almas refleja el espíritu de su tiempo, pero no se identifica con él, más bien propone una diferenciación radical de doble cara: por un lado recurre, regresa (¡!), al coro como estrategia de auto reflexión (esa auto reflexión que no es posible en el video o en el cine) y, como decíamos al principio (la serpiente se muerde la cola), nos propone una visión radicalmente subjetiva de la realidad, esa que emana y debemos aceptar desde la voz interior de Arthur Daane, el protagonista del relato.

Por eso quizás, se me ha ocurrido por fin una posibilidad de novela que podría romper con la fascinación y el bloqueo escritural que ha producido en mí la atención a ese otro signo de nuestro tiempo que es la tecnología interactiva. Escribir la historia de ese otro hombre (también documentalista) que quiere dar cuenta de un Ulyses cibernético…  ya no hacer un documental interactivo como narrarlo, traicionarlo en la novela…. Pero esa es otra historia….

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La nueva novela de Álvaro Pineda Botero El esposado, (Bogotá, Fundación Literaria Común Presencia, colección Los conjurados, 2011) nos ofrece una gama de posibilidades lectoras tan amplia como la que va de la novela histórica al relato policíaco, de la novela de aventuras al drama jurídico, del ensayo a la auto reflexión literaria. Se distinguen dos partes. La primera (130 páginas) corresponde al relato pormenorizado y secuencial de la vida de Juan de Urbina, un vizcaíno de fines del siglo XVI «de los afortunados que tenían letras», aficionado a la lectura y ávido de aventuras, que logra cumplir su sueño juvenil de viajar a las Indias y después de unos pocos ires y venires se instala, primero en Cartagena de Indias y luego en «Tierra adentro», más exactamente en Santafé de Bogotá y luego en Santiago de Tunja, para pasar más tarde a Cáceres de Indias (Antioquia), donde, como administrador de minas, se hace a una considerable fortuna. Al final de esta parte, vemos a un Juan de Urbina, ya maduro, realizado en todas sus demensiones, tranquilo por la labor cumplida, instalado de nuevo en una Cartagena de Indias que ahora es toda una metrópoli y la sede del Tribunal de la Inquisición (por el que él mismo había abogado unos años antes, cuando redactó la «súplica» que unos notables de Tunja le enviaron a Felipe II).

Hasta ahí la novela de Pineda Botero podría calificarse como novela histórica, un género sobre el que el propio autor ha reflexionado y que ya ha ejercido antes (me refiero a su magnífica, aunque poco ponderada, novela sobre Bolívar: El Insondable). Un relato que nos presenta una estampa muy completa de la Colombia de la época desde la perspectiva de Juan de Urbina. Relato que mezcla biografía con aventuras y reflexiones, muy bien desarrollado. Para destacar la narración de dos acontecimientos: el enfrentamiento naval entre la Armada española y los corsarios ingleses (paginas 30 a 35), en el que participa Urbina y que está descrita como para ser llevada a la pantalla grande;  y luego, años más tarde, otra acción en la que participa el portagonista: la guerra contra los «Pijaos» (páginas 79 a 87) y en la que se relata la muerte del mítico cacique Calarcá.

También resulta llamativa la relación que Pineda Botero novela entre Juan de Urbina y Juan de Castellanos el famoso autor de una de la crónicas de indias más conocidas: Elegías de varones ilustres de indias. Así también es bien interesante el intertexto que sirve para novelar uno de los episodios claves en la vida de Urbina: su relación con Arsenio de San Pablo, Ermitaño de los alrededores de Tunja a quien acude Urbina en busca de un milagro. Es un aspecto interesante de la novela de Pineda, pues él ha sido uno de los pocos estudiosos de la «primera novela latinoamericana (donde aparece el famoso ermitaño)»: El desierto prodigioso y prodigo del desierto, de Pedro Solis de Valenzuela, a la que Pineda Botero le dedicó un estudio muy importante para la historiografía de la novela colombiana.

Pero una vez agotado el esquema biográfico, la novela en su última parte cambia de ritmo y de formato, y en las 66 páginas finales se dedica a relatar los pormenores del juicio que le siguió, durante siete años, el Tribunal de la Santa Inquisición al pobre de Juan de Urbina por el delito de bigamia y que le da sentido al subtítulo de la novela: Memorial de la inquisición. Cartgena de Indias – Sevilla 1633.

A todas luces, se trata de un malentendido y de un complot con visos de chantaje del que sin embargo y debido a la manera como estaban diseñados los procesos del Tribunal no se pudo zafar el héroe, que aquí se transforma en vícitma que puede ser villano para la historia. Tiene en efecto todo a favor, incluso amigos en Cartagena. No obstante, todo indica que una vez que alguien es incorporado a los procesos de la inquisición no es nada fácil salir invicto de ellos. Los cuatro breves capítulos en los que se desarrolla esta última parte sirven no sólo para recapitular la vida de Juan de Urbina, sino para mostrar que no se podía terminar con un final feliz, porque, como afirma el propio narrador: «las historias que en las novelas tienen un final feliz, en la vida real continúan, a veces por senderos impredecibles». Y en efecto, al final esperado,  justo y concluyente, se le sobrepone uno totalmente inesperado y sobre todo ambiguo.

Aquí unas últimas reflexiones. El drama jurídico que sufre Urbina, con todos los enredos entre jueces, abogados, testigos y demás elementos de la parafernalia inquisitoria,  y que necesitó de la parte biográfica extensa para crear el ambiente que hará participar al lector muy seguramente en favor del «esposado» (que por lo demás vive situaciones deplorables e injustas), resulta ser en realidad un memorial, una síntesis, una estrategia requerida por los jueces que en la instancia final reciben un caos de folios  que ya nadie entiende. Aparece entonces en todo su esplendor el poder del relato, la capacidad de la narrativa para hacer inteligible los hechos, más allá de toda consideración técnica o de cualquier racionalidad jurídica e incluso histórica. Pero, y con esto termino, ¿no es acaso excesivo otorgar todo el poder de la intelección al relato, no es a eso precisamente a lo que los historiadores (entre ellos Roger Chartier) reaccionan, a su reducción a la figura de simples narradores de hechos?

Estamos ante una obra maestra, no sólo por su confección impecable, por su estilo depurado y por su estrategia narrativa, incluso por la belleza del objeto mismo (el libro y su hermosa caratula), sino por el tremendo trabajo de investigación que hay detrás, por la diversidad de lecturas que exige y sobre todo por lo inquietante de su propuesta.

PD. Mi amigo Jaime Gonzalo Cordero, nos cuenta que la novela tiene versión e-book de Amazon para Kindle.

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La conferencia con la que el poeta y profesor Carlos Fajardo Fajardo inauguró el primer semestre académico del 2011 del posgrado en educación y comunicación de la Universidad Distrital, me dejó a la vez impresionado e inquieto. Impresionado por la manera como Fajardo demuestra que lo sublime en arte no es, como lo afirmara Lyotard, una prerrogativa de lo moderno, sino que llega incluso hasta lo mediático (lo «sublime mediático»), siempre y cuando se admita que el hombre (moderno) necesita «sublimar» (atrapar, finitizar) aquéllo que lo sobrepasa: la naturaleza y la historia (hasta  ahí lo usual, lo consabido), pero también la condición sobrecogedora del mercado, de lo mediático y espectacular.

En efecto, el artista «sublima», domestica lo que al hombre (occidental) sobrepasa y nosotros, los espectadores del arte, sentimos y admiramos (¿cómo dudarlo?) esa capacidad del artista y de alguna manera, también aliviamos nuestra pequeñez.

La pregunta, sin embargo, la que «por razones de tiempo» no le pude hacer a Carlos allí, en vivo, pero le hago ahora, es: ¿hay lugar para lo sublime en esta época en la que nos sobrepasa es lo tecnológico? Una respuesta lógica es sí, claro para eso está el artista, esa es su función, estaríamos entonces (lo ha dicho Fajardo, claro), ante una estética de la cibercultura; el artista hace alianza con la tecnología de punta y así domeña la nueva dimensión sobrecogedora y nosotros, los espectadores podemos sentirnos tranquilos (pequeños, pero tranquilos); hay manera, otra vez, como siempre, para inmanentizar lo trascendente, así la tendencia hoy sea la incapacidad para el sentimiento de lo sublime.

Pero, ¿y si hoy estamos ante una nueva posibilidad?

Lo sublime implica dos cosas: admitir que hay un trascendente (aunque éste sea histórico, mutable al parecer) y que hay seres privilegiados (los artistas) que son capaces de reducirlo, sea cual sea su faceta y que, por lo tanto, nosotros, los seres normales (¿incapaces?) tenemos la estética para aliviarnos.

Ahora, si seguimos a Lévy y su teoría de los espacios antropológicos, habríamos entrado a un cuarto espacio radicalmente inmanente en el que el imperativo no es ya el alivio que nos da el genio, sino la posibilidad de que cada quien tome el toro por los cuernos: la inteligencia colectiva. La inteligencia colectiva es una fuerza inmanente que nos permite asumir la terrible impotencia ante el frenético ritmo del cambio tecnológico, y que de otro modo nos aplastaría. La inteligencia colectiva, veneno y remedio de la cibercultura

Cito largamente a Lévy:

El cíberespacío como soporte de inteligencia colectiva es una de las principales condiciones de su propio desarrollo. Toda la historia de la cibecultura testimonia ampliamente este proceso de retroacción positiva, es decir, del automantenimiento de la revolución de las redes digitales. Este fenómeno es complejo y ambivalente. En un principio, el crecimiento del ciberespacio no determina automáticamente el desarrollo de la inteligencia colectiva, solamente le facilita un entorno propicio.

En efecto, comienzan a verse en la órbita de las redes digitales interactivas toda clase de nuevas formas…

– de aislamiento y sobrecarga cognitiva (estrés de la comunicación y del trabajo en la pantalla);

– de dependencia (adicción a la navegación o al juego en mundos virtuales);

– de dominación (refuerzo de centros de decisión y de control, dominio casi monopolistico de potencias económicas sobre importantes funciones de la red, etc.);

– de explotación (en ciertos casos de teletrabajo vigilado o de deslocalización de actividades en el tercer mundo);

– e incluso de tontería colectiva (rumores, conformismo de red o de comunidades virtuales. amontonamiento de datos vacíos de información, «televisión interactiva)

Después, cuando algunos procesos de inteligencia colectiva se desarrollan efectivamente gracias al ciberespacio, tienen notablemente por efecto acelerar de nuevo el ritmo del cambio tecnosocial, lo que hace tanto o más necesaria la participación activa en la cibercultura si uno no quiere quedarse atrás, y tiende a excluir de manera aún más radical a aquellos que no han entrado en el ciclo positivo del cambio, de su comprensión y de su apropiación. Por su aspecto partícípatívo. socializante, abierto y emancipador, la inteligencia colectiva propuesta por la cibercultura constituye uno de los mejores remedios contra el ritmo desestabilizador, a veces excluyente, de la mutación técnica. Pero, con el mismo movimiento, la inteligencia colectiva trabaja activamente en la aceleración de esta mutación. En griego antiguo, la palabra pharmakon (que ha dado la palabra castellana fármaco) designa tanto el veneno como el remedio. Nuevo fármaco, la inteligencia colectiva que favorece la cibercultura es a la vez veneno para aquellos que no participan (y nadie puede participar en ella completamente por lo vasta y multiforme que es) y remedio para aquellos que se sumergen en sus remolinos y consiguen controlar su deriva en medio de esas corrientes.

Hay entonces dos caminos: 1) el recurso a lo sublime que sería el camino tradicional, el que siempre hemos tenido a la mano, pero que deja las cosas como están: sobrecogimiento ante lo trascendente, domesticación de lo sobrecogedor por parte del artista y contemplación terapéutica por parte de los demás; y 2) la inteligencia colectiva como remedio a los sentimientos de aislamiento, dependencia, explotación,  dominación e incluso trivialidad (los nuevos síntomas, la nueva cara de lo trascendente)

Se trata en últimas, de los dos modos de la apropiación: la que hacen, la que han hecho siempre, los poderosos (sublimando), o la que podemos hacer nosotros, los mortales, el hombre común (mediante actos de inteligencia colectiva, mediante la conformación de colectivos inteligentes, participando).

Sólo con este último modo, las energías que hoy emergen en el ciberespacio pueden volver (bañar) nuestra cotidianidad…

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El mundial del 2010 no es que se destaque por ahora como un buen canmpeonato.Pero al ver lo que están haciendo los equipos americanos sólo siento nostalgia de lo que alguna ves fumios capaces de hacer:

El empate épico ante alemania

El histórico 0-5 frente a Argentina

Todo se debe tal vez a que en mi alma hoy sólo hay lugar para la saudade..

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El adjetivo más suave para calificar el reciente fallo que condena por plagio a la poetiza y escritora Luz Mary Giraldo es DESPROPORCIONADO. Fui alumno de Luz Mary y luego colega suyo, y fue profesor de la demandante y hasta actué como testigo durante el proceso, por eso puedo afirmar lo que afirmo hoy totalmente convencido: el fallo es más un espectáculo, un chiste de mal gusto que el producto de una reflexión justa.

¿A quién se le ocurre que una estudiante juiciosa, si, pero nada brillante, que además omite en su trabajo de grado (de grado, es decir, no estamos hablando de tesis doctoral, ni mucho menos) referencias a los trabajos previos que Luz Mary realizó sobre el poeta en cuestión, cometiendo por omisión plagio de las ideas de Luz Mary, pueda ser considerada como la autora de la que se pueda uno copiar nada? Basta comparar las dos trayectorias para ver quién es el que sabe y quién es el epígono en este caso. Basta hacer el simple ejercicio de teclear en los buscadores de Internet los dos nombres para ver una de las más crudas caras de la desproporción.

La justicia jurídica no es justicia académica. Infortunadamente la primera es la que pone los fallos y las multas y el castigo, mientras la segunda se somete. Pero las reacciones de la academia no se han hecho esperar: Mario Rey muestra cómo es por lo menos insólito que alguien pueda ser plagiado a partir de una obra incipiente, si se quiere inocua:

Tampoco me explico cómo pudo ser plagiada una persona que no ha producido ni publicado nada significativo, ni antes ni después de su grado en licenciatura −período que comprende ya varios años− por otra cuya gran creatividad y productividad en el ramo es de dominio público. “Nadie puede dar lo que no tiene”, decía mi abuelita… Tampoco puedo entender cómo ni por qué la supuesta plagiada, en vez de solicitar que se resarciera su autoría y prestigio se empecinó que su maestra fuera castigada obligándola a darle varios millones de pesos y su casa.

Mario Mendoza, por su parte, muestra cómo la dinámica de las clases en las aulas universitarias favorece una transmisión del conocimiento que circula desde la oralidad y por lo tanto, es un conocimiento público que a veces, como en este caso, es apropiado indebidamente y luego mostrado como propio, en una jugada que no hace sino sacarle provecho a un criterio jurídico que no sabe leer las especificidades.

Yo dicto una conferencia sobre cualquier tema en el cual vengo trabajando. Alguien toma notas en esa conferencia, escribe un texto, lo registra en la oficina de derechos de autor, lo incluye en su tesis de grado o publica algún artículo. Cuando yo vaya a publicar el resultado de mi investigación, esa persona que estuvo en mi conferencia me demanda por plagio, y, según este fallo, gana. Aunque la idea, la estructura y el ritmo sean míos, yo pierdo el juicio. El otro registró y publicó primero. Punto. No tengo cómo defenderme. No existe la posibilidad de explicarle a la justicia de este país que el conocimiento, en su gran mayoría, se transmite en la academia oralmente, en clase, a partir de notas que el profesor no registra en la oficina de derechos de autor. Luego el contagio de esa idea se expande, se riega, se recicla, pasa de sujeto en sujeto hasta desvanecerse la autoría.

De otro lado, Laura Moreno es quien mejor ha descrito el tamaño de la desproporción:

…algunos párrafos de la tesis de grado de una discípula, acerca de la obra del poeta Giovanni Quessep, habrían sido pronunciados por la profesora en una charla en México, que fue desgrabada y publicada sin remuneración en la revista La Casa Grande, sin las pertinentes comillas. Se le ratifica una condena a 2 años de cárcel y a una multa de 5 salarios mínimos mensuales. Amén, pienso, de la indemnización que exigiere la presuntamente estudiante saqueada en sus inalienables derechos de autor por la profesora. Y la inhabilidad para ejercer derechos y funciones públicas en el mismo lapso privativo de libertad.

¿Qué tal que a estos magistrados les diera por admitir demandas por asuntos de intertextualidad como los que nos recuerda Álvaro Pineda en el apéndice de su obra Teoría de la novela y que es apenas un somero repaso de la rica dinámica de dialogo de textos que define al ejercicio literario? ¡Que mal entendemos hoy el plagio! ¡Qué mal lee la justicia técnica las realidades de hoy!

Reclamo por eso justicia, no la técnica, no, esa ya se pronunció torpemente (y de paso perdió la oportunidad para poner la jurisprudencia a tono con los tiempos contemporáneos), sino la académica. Pongo mis manos al fuego cuando afirmo que lo que ha hecho Luz Mary, y lo ha hecho siempre, con la más honesta actitud intelectual, es facilitar y promover eso que en literatura es su más noble esencia: un diálogo de saberes, y no una mera práctica comercial, donde cada quien reclama los pesos que suelta el inmundo intestino del mercado.


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Algunos enlaces para mayor información:

http://www.vanguardia.com/pais/pais/63472-condenan-a-profesora-de-la-javierana-por-violacion-de-derechos-de-autor-

http://www.revistamefisto.com/articulos-opinion-06.htm

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Desde la ventana del segundo piso del edificio «A» que da al patio interior, veo la escuadra de esmads que, habiendo ingresado por la entrada lateral de la Once, empieza a tomar posición enfrente a la puerta principal. No veo a los muchachos que se han apostado allí, porque están justo debajo del pasillo desde donde observo la acción, pero escucho sus arengas. Piden que el Rector salga de su oficina y dé la cara. Están cansados de las malas condiciones con las que la universidad funciona últimamente y tienen razones para creer que todo se debe al desmedro administrativo que se origina desde las más altas esferas. Exigen explicaciones de primera mano.

Los policías se forman en tres hileras. los muchachos los abuchean, les gritan que se vayan, que la protesta es pacífica y que se han asegurado de que no haya capuchos entre ellos. Esta vez es distinto.

La tensión se toma el ambiente incluso en el segundo piso a donde llegan algunos estudiantes. Hay una especie de calor inverosímil que empieza a impregnar hasta las ropas. Yo y otros docentes tratamos de dialogar con los alumnos, pero ellos están furiosos ante el inesperado giro de los hechos. Unos momentos antes, el delegado del Rector les había pedido esperar unos minutos para preparar las condiciones de la rueda de  explicaciones que los directivos ofrecerían a los estudiantes. Pero Ahora corre el rumor de que el Rector ha escapado de su oficina por un túnel que lleva a otro edificio y que ha autorizado la entrada de la policía antidisturbios al campus, en un acto francamente cobarde e irresponsable. Ahora ellos  han quedado sin protección y al capricho de los esmads.

Veo a los muchachos desesperados llevando pupitres al primer piso para bloquear la entrada. Se sienten traicionados y vulnerables.  Los esmads empiezan a golpear sus cachiporras contra los escudos. Se oye de pronto un grito que no se sabe bien de dónde sale: ¡¡TERRORISTAS!! La confusión es total y comienzo a ponerme nervioso.

Cuando los smads empiezan a avanzar hacia la entrada principal sin dejar de golpear sus bolillos, me asusto de veras y me retiro de la ventana; pero entonces veo que una chica vestida de negro camina sola hacia el escuadrón de policías. Algo dice ella que no se alcanza a escuchar por el barullo de arengas y gritos. Ella sigue adelante, caminado muy despacio y golpeando con su mano el bolso que lleva colgado de su lado derecho. Los policías no se detienen, ella tampoco. Entonces los estudiantes callan y así puedo escuchar lo que la chica dice: NO-SOY-TERRORISTA NO-SOY-TERRORISTA NO-SOY-TERRORISTA.

 


 

La chica camina, los esmads no se detienen, la distancia entre ellos se acorta, temo que le hagan algo, pero no puedo hacer nada más que observar. Recuerdo a Alcira, mi personaje. casi la veo como la imaginé en mi novela. Ella sigue con su canto, con sus golpes mudos. Se ve tan pequeña junto a los fornidos policías. David contra Goliat.

Están a unos pasos, se encuentran, ella pasa por entre las filas, los esmads no la tocan, los estudiantes lanzan un grito, como de victoria y entonces sucede la magia.

Las filas del escuadrón se distorsionan, se desbaratan, los muchachos salen de su trinchera y rodean a los policías que ahora se ven diminutos, miserables. Pero no hay gresca, no hay insultos, no hay violencia. Por uno de los flancos de la masa de estudiantes, veo que se forma una fila negra que ahora avanza hacia la entrada lateral de la Once. Son los esmads que se retiran. En medio de la masa que queda, alcanzo a ver a la chica de negro. Como un imán todos la siguen ahora hacia la entrada del edificio de enfrente.

Los pierdo de vista, ya no están, ya no estoy…

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Acabo de leer esto en el blog de Babellia

«Un refugio, un lugar donde todo puede ocurrir, donde se puede reaccionar con violencia o sublimidad, donde es bueno sentir melancolía o temor, o incluso fracasar, o equivocarse, o amar a alguien, o desear algo profundamente, y no llamarlo por otro nombre, no sentir vergüenza por ello. Es un lugar para sentir profundamente».

Es la respuesta de la premio nobel de literatura Tony Morrison a la pregunta ¿Y qué es la literatura?

Pero si no supiéremos la pregunta, la respuesta podría servir para describir el mismísimo ciberespacio, lo que confirma mi idea de que la literatura es una anticipo del arte de la cibercultura

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Pensé que sólo se hacían mashups con tecnología digital, incluso sé de experimentos de literatura digital que usan esta estrategia tecnológica (unión de varias aplicaciones aunándolas en una nueva con contenidos diferentes), pero ahora resulta que se puede hacer también con textos literarios. Una demostración de que estamos asistiendo a una «mashupización» de lo géneros, como antes se asistió a su novelización.

«No se trata simplemente de versionar a los clásicos, algo tan antiguo como la literatura misma, sino de hacerlo a medio camino entre la parodia y la gamberrada. La receta: mezclar obras cumbre con elementos de ciencia-ficción o terror», dice el reseñista de la novela Orgullo, prejuicio y zombies, y agrega: «la clave del éxito de estos libros está en que rescatan elementos de la vieja literatura y los adaptan al mundo actual, a la velocidad de las imágenes del cine americano, la inmediatez televisiva, al vértigo de los videojuegos y a la urgencia de los mensajes verbales electrónicos».

¿Cómo apreciar (que ya no calificar) estas nuevas expresiones? ¿Estamos obligados a escribir de esta nueva forma? ¿Seremos capaces de hacerlo?

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Vallejo decepcionante

No sé si fue por haber sido en la Javeriana, no sé si se debió al formato (presentación fastidiosa de la obra por parte de tres «académicos» y luego si conversación con el “maestro”), pero lo de Vallejo fue decepcionante. Se puso a platicar pura cháchara sobre su historia de escritor, echó un par de chistes de tan traqueados y previsibles, malos, y luego se puso a despotricar de los biólogos y de los físicos con argumentos francamente absurdos.

No aguanté (tampoco mucha gente) y me salí. De pronto mejoró el asunto después, aunque no lo creo. Me pareció reiterativo, flojo, cerrado, intplerante, penosamente terco y posudo. Lo que se dijo de la nueva obra (El don de la vida) no presagia nada bueno (además fueron lecturas elogiosas, sin distancia, fofas): repetición de la repetidera. Decadencia a la vista

Posdata: claro que hay justas reivindicaciones

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Creo que la reciente novela Los muertos, de Jorge Carrión, reseñada por Juan Goytosolo en El País, ofrece un modelo para el narrador/cronista que quiero ser del proyecto trasmediático. Por ahí se puede encontrar una salida a mi bloqueo. Se trata de una obra literaria que podría ser leída como el guión o la crónica de un videojuego, En todo caso corresponde a lo que yo llamo: una literatura derramada, es decir, una literatura que se deja impregnar por la lógica del ciberespacio y la promueve para aquéllos que todavía vivimos más en la frecuencia del segundo o tercer espacio antropológico: el de la escritura

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Va y viene como las olas del mar y como ellas a veces se posa tranquila sobre la playa, como cuando nos botamos sobre el prado de algún paraje a ver andar las nubes su despiste caprichoso o como cuando nos descubrimos inesperadamente en medio de la casa sin el ruido de los niños, sin las voces del hogar y gozamos un alivio regalado que nos anima a inventar algún poema. Soledad sumisa que nos lame los pies como perro amilanado.

Va y viene como las olas del mar y como  ellas a veces irrumpe furiosa como cuando nos despertamos de sùbito en una habitación ajena, a miles de kilómetros de los amados y no sabemos cómo vamos a sobrevivir el dìa sin la caricia del amante, sin la sonrisa del amigo, sin las palabras cariñosas de la madre. Soledad insidiosa que se aprovecha de su fuerza para aplastarnos hasta la muerte y que nos muerde con la rabia de un  perro traicionero.

Va y viene como las olas del mar y como ellas a veces nos envuelve juguetona, nos conduce gentilmente a sus profundidades y nos devuelve  a la superficie para volver a hundirnos en sus aguas como cuando decidimos dar un respiro en el trabajo o en el amor y después de un rato salimos corriendo en busca de ese abrazo que nos recuerde que somos requeridos. Caprichosa soledad que nos bate la cola como perra interesada.

Va y viene como las olas del mar y como ellas a veces nos  violenta con el ímpetu de un sunami, arrasa nuestro fuerte, destroza nuestras resistencias y acaba con nuestras pocas guardas, como cuando el amor nos deja o nos abandonan los amigos o nos recluyen los enemigos. Soledad tirana que escupe su fuego inmisericorde como dragón endemoniado.

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Llegó un día de mayo proveniente de México en la época en que ser mexicano era más o menos ser portador de la peste bubónica por efecto de la perversa propaganda alrededor de la gripe AH1N1. No voy a decir que no tuve prevención cuando lo saludé por primera vez, pero la magia de las afinidades y el calor de su trato disolvieron para siempre los escrúpulos. Me pareció muy joven para lo que imaginé que era por las conversaciones virtuales previas, pero detrás de esa apariencia real (un chino de poco más de 30 años), fui descubriendo a un hombre sorprendente, maduro, cordial, tierno, un poco asustadizo y consentido, pero culto, muy culto, gran conversador y lleno de una energía que fue llenando los espacios que compartimos con tanta fraternidad.

Estuvo diez meses en esta locombia, diez meses bien vividos que le alcanzaron para estudiar, escribir, hacer muchos amigos, pasear, colaborar con las actividades en la universidad, rumbear. El primer fin de semana lo llevé a la Feria de las colonias, donde se enamoró de la música llanera, luego me acompañó a Ibagué, donde descubrimos un tema para ficcionar y reír: la tenebrosa entrada de un hostal con pretensiones de Hotel: el Hotel América.

Se fue haciendo imprescindible, hasta el punto de que no concebíamos una reunión o un paseo sin pensar en invitar al Ramón. Se hizo amigo de Yaneth y de mis hijos y de mis amigos y de mis estudiantes, gracias a esa capacidad de cambiar de vídeo cuando era necesario,. pues Ramón es capaz de hablar de música vieja y de rock metal o de la más fina poesía y de culinaria latinoamericana sin solución de continuidad. Eso hizo que Ramón fuera el amigo de todos

Su delgadez memorable no tuvo cambios a pesar de que aquí comió de todo: desde el más sano ajiaco bogotano hasta la fritanga más grasosa y nada, no logramos engordarlo. Y eso que se bebió la mitad de las reservas del licor bogotano: desde el wisky chiviado hasta cervecita de todas las marcas y pelajes, pasando por rones de todos los grados. Ni siquiera su sincero y pertinaz interés y práctica de un deporte tan exótico en la fría y aislada Bogotá como la natación (no salia de la piscina) hizo algún efecto sobre su escualidez. Pero su generosidad dio también para que nos ofreciera varias sesiones de maravillosa culinaria méxicana.

Pasó con nosotros la navidad y la noche de año viejo del 2009 y demostró que su estado físico no da ya para mucho, ni siquiera en su deporte favorito: el basquetbol. Pero nos enseñó más de una verdad: la verdad de la amistad sincera, de la calidez humana, del trato sin reservas, de la poesía más bella (no sólo su ya internacional Pubis al cielo, sino sus sonetos inéditos y los poemas que aquí escribió y que verán pronto la luz publica), del humor que deshace entuertos y de la paciencia; todas lecciones para la vida.

La confianza alcanzó para compartir secretos, para soñar proyectos y hasta para conocer su  vida personal, sus inquietudes, sus miedos, las dificultades familiares que no faltaron, su ser más  íntimo.

¡Y cómo despotricamos de dos cabrones tan cabrones como Calderón y Uribe!

Nos vas a hacer mucha falta cabrón, amigo, nos vas dejar muy solos, pero las puertas aquí, lo sabes, estarán siempre abiertas.

Un abrazo, y mi amistad eterna

Cuando un amigo se va…

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Leí Santa Evita con un sentimiento de fascinación que creía haber superado. Por entonces, ya no creía en privilegiados o maestros y sin embargo, leer a Tomás Eloy Martínez me recordaba, con la contundencia de un cuchillo bien clavado, que los hay, que hay personas privilegiadas que son capaces de embrujar con la palabra. Ese primer párrafo de su novela, por ejemplo, anunciaba ya la magia de su verbo:

«Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope».

Política, historia, cultura popular, relato policíaco, Santa Evita era un texto que juntaba todo en una amalgama deliciosa que me obligó a hacer algo que ya no hacía con mucha frecuencia: leer el libro todo y de un solo golpe. Y al final, ninguna duda: estaba ante la obra de un maestro.

Muchos fueron desde entonces los encuentros con el escritor argentino, incluido alguno personal, de lejos, en algún congreso y siempre me quedaba con la misma certeza: se trataba de un hombre honesto, especial, incansable, ejemplar.

Todavía expongo los descubrimientos que Martínez me regaló en uno de sus ensayos (La batalla de las versiones narrativas) en el que el autor observaba cómo los novelistas latinoamericanos empezaban a atender los asuntos históricos con la conciencia de que historia y novela usaban la misma herramienta: la palabra escrita, para formatear la memoria de la gente, sólo que una, la historia, lo hacía siguiendo el principio de verdad (la pretensión de verdad), en tanto la novela seguía el principio de ilusión. La convergencia de verdad e ilusión quedaba así dispuesto a la competencia del lector, quien se convertía no sólo en el depositario del conocimiento y de la conciencia histórica, sino en el responsable de sus derivaciones. Pero había también una advertencia terrible al final del artículo que no ha dejado de atormentarme: la de que el poder de hoy no lee, inmerso en sus deberes y proyectos tecnocráticos se hace cada vez más inmune al efecto humanista de la lectura, lo que implicaba una profunda reflexión sobre la función cultural de la novela.

En algún momento fue colaborador de nuestra modesta revista (los Cuadernos de Literatura, #15 de 2002) con un magnífico texto en el que exponía sus propuestas para un periodismo del siglo XXI y que se reducían a tres acciones: humanizar, humanizar, humanizar la palabra, acercarla al hombre común, solidarizarse con su drama y alejarse así de las terribles garras del poder.

Leì también, además de su imprescindible Novela de Perón y de sus estupendas columnas en varios periódicos, incluido El diario colombiano de El Espectador, una última novela: El vuelo de la reina en la que denuncia las relaciones absolutamente detestables entre política y periodismo.

Se fue un maestro, un hombre ejemplar y se siente el vacío aquí en el alma

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Angelita; se que no lo recuerdas, se que no lo sabes, pero desde que vi la película de los Beatles, aquélla, Let it be, ¿te acuedas?, esa en la que se muestra a los locos de Liverpool armando el alboroto en las calles de Londres (con su ensayo público que era también un bello performance), me obsesioné como un estúpido por tus besos. No había lugar que no me recordara tu ausencia, ni tiempo que no me demandara el deseo de estar contigo. Aquel Don`t let me down de John Lennon se convirtió desde entonces en mi grito de guerra, en mi grito de amor dolido. No me dejes, no me decepciones Angelita, gritaba como un desgraciado sin importar la cara que la gente hacía, porque sin ti no puedo seguir este camino duro de la vida. Escuchaba esa canción mil veces antes de meterme en la cama y luego en los sueños te veìa desnuda y bella entregándote sin recelos, pero después la luz del día me enrostraba la verdad: el amor sólo venia de mi parte, porque tu ya me habías olvidado, cruel Angelita, cruel muchacha de ojos negros, tu ya no querías ser mi angie, mi amor, mi vida, solo querías seguir explorando el mundo que yo te había abierto, ingenuo, y entonces la voz emocionada de Lennon me machacaba en la cabeza esa verdad que yo no quería ver, que el amor llega siempre a su fin, que como decía el Neruda que habíamos leído juntos. es tan corto el amor y tan largo el olvido… angie

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Su voz, su voz rasgada, rasgante, y sus manos como de paralitico como de drogo imitando el movimiento sobre la guitarra, me impresionan cuando al fin veo su imagen inesperada en aquel viejo cinema del centro de Bogotà donde, junto con angelita y tras haber luchado a brazo partido por una plaza, veo la pelìcula que resume lo mejor del mítico festival de  Woodstock

Ese pelo ensortijado y húmedo que quiere volar, esos dientes de anfetaminòmano que quieren morder, ese cuerpo que lucha, sincronizado bellamente con el rift de la guitarra, una guitarra que retumba como un rayo allá en Woodstock y aquí en la sala; los coros que suavizan un poco el ruido, y de pronto sus gritos que, comprendo, son también música, y esa voz que por momentos parece apagarse, pero que avanza impúdica, victoriosa, destrozando cada onda con una más fuerte, ese final falso que anuncia el éxtasis, el caos, la vida, las convulsiones, el orgasmo y un cuerpo que no cae a pesar del esfuerzo. Ahora sabemos o, mejor, queremos creer, que Joe si llevaba una guitarra invisible en sus manos, pues de otro modo habría sido imposible emocionarnos como entonces lo hicimos y como la hacemos cada vez que lo volvemos a ver…                                                                                                                                                                                                                                                  

Rifts famosos de guitarra

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Acabo de terminar la última novela de Saramago dedicada al personaje bíblico de  Caín. Me apresuro a registrar varias impresiones. Creo en primer lugar que se trata de un ejercicio de decosntrucción en el sentido derridiano del término, es decir, un  ejercicio que busca poner en evidencia los «injertos» o inconsitencias del discurso bíblico, para lo cual Saramago pone a Caìn  a vivir varios presentes, es decir lo hace (gracias a las licencias de la ficción) testigo de varias de las escenas más recordadas en la cultura cristiana, como por ejemplo el cuasisacrificio de Isaac,  la torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra y el arca de Noè. En cada uno de estos episodios, Caín  comprueba la maldad intrinseca del Dios Jehovà. Asì por ejemplo en el caso de Sodoma y Gomorra se horroriza al descubrir que Dios asesina sin compasión a los niños de las dos ciudades malditas.

Recordemos qué hace la deconstrucción: lee lo que no está en la superficie del texto, lee un silencio en particular: el de las oposiciones que el texto no explicita y propone la inversión de esas oposiciones. En el caso bíblico, Saramago nos muestra que el libro sagrado, el libro escrito por dios es en realidad un libro cualquiera, escrito por los hombres a su acomodo. Muestra que la bondad de Dios para con un pueblo es su maldad, que la verdad absoluta de la palabra de Dios ees en realidad la verdad relativa inventada por ciertos hombres para ciertos propósitos, etc.

Me parece que otro rasgo interesante es que la novela está escrita en un tono de relato mítico, aunque desde la voz de un narrador contemporáneo de lo más irónica que se queja por ejemplo que se llame ciudad a Nod, el paraje al que llega Caín en su primera etapa, pues apenas si había allí, unas cuantas chozas, nada de automóviles o autobuses o semáforos, como si….

En tercer lugar, creo que lo que hace Saramago es recrear el arquetipo del iconoclasta, el  hombre que se enfrenta y devela toda «verdad», toda inconsistencia de la autoridad. Es asì como después del ardid con el que Caín logra bloquear el proyecto de Dios de repoblar la tierra tras el el diluvio universal, los dos se enfrentan en un largo debate, con lo  que por lo que se sugiere en el relato será de nunca acabar.

Esto último me hace pensar que Caín no es más que el propio Saramago, el iconoclasta, el hombre siempre atento a las inconsistencias, siempre dispuesto a denunciarlas, empeñado en ajustar cuentas a Dios o a todo sucedáneo de Dios, algo que ya había hecho Andy DeEmmony (sólo que con otro esquema narrativo) en su película Jucio a Dios (God on trial) de 2008 en la que,  aprovechando la tradición judía de discutir sobre Dios, un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz deciden poner a Dios en el banquillo.

«En este drama escrito por Frank Cottrell Boyce y dirigido por Andy DeEmmony. Consciente de que su exterminio es inminente, los presos intentan dar sentido a su destino, llevando a Dios a juicio. ¿Cómo es posible que la deidad, que ellos llaman el Todopoderoso, abandone su pueblo elegido en su hora de necesidad?
Mientras el sonido de los presos que se marcharon a las cámaras de gas se dispersa a través de las paredes, el juicio se inicia. Las cuestiones planteadas durante el proceso de investigación son extremadamente difíciles y muy complejas, y como se acerca la hora, mientras ellos también se enfrentan a la muerte a manos de sus captores, los prisioneros reflexivos finalmente llegan a un veredicto»

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Te amaré de Silvio Rodriguez

El álbum de Aterciopelados

Con los años que me quedan de Gloria Estefan

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Me verás caer sobre terrazas desiertas, me refugiaré antes que todos despierten.

Con su letra, entre poética y patética (como es toda expresión urbana), esta canción me llena de imágenes y sentimientos que confirman mi naturaleza citadina, esa que me impide quizá reconocer los valores de los mundos pequeños de los que habla Berman cuando se refiere al Fausto; naturaleza citadina que me lleva a veces a tomar riesgos innecesarios como cuando camino por lugares peligrosos, laberínticos, en esta otra ciudad de la furia que es Bogotá.

Bogotá, como Buenos Aires, es también un ser susceptible, es también un destino de furia, es también un lugar para dormir al amanecer entre las piernas de esa mujer que necesitamos más como refugio que como compañía; una Bogotá donde también niebla, donde también hay hombres alados que vuelan de noche, donde la oscuridad es el mayor vínculo; una ciudad que sólo recibe seres desesperados, angustiados, felices en su miseria, necesitados de un sexo duro y fugaz que oculte nuestras vulnerabilidades

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Esa soledad que se siente al alejarse de aquello que más quieres. De esa soledad implacable, que a base de convivencia acaba siendo una compañera de viaje refunfuñona, pero a la que te acostumbras. De esa soledad, habla y siente esta canción que me inunda de soledad.

Digamos que de la euforia a la melancolía median pocos escalones: Cuando la euforia deja de nublar al resto de los sentidos se percibe una ligera inquietud. Esta deja paso al realismo, que suele venir acompañado de cierta dosis de tristeza. De ahí a la melancolía sólo queda un peldaño más. En cambio, el camino inverso es mucho más corto. De la melancolía a la euforia sólo hay un paso: el que separa a tus ojos de los míos.

En esa distancia, tan corta y tan infinita a la vez, sólo me acompaña la soledad.

«Ya pasó
ya he dejado que se empañe
la ilusión de que vivir es indoloro.
Que raro que seas tú
quien me acompañe, soledad,
a mi, que nunca supe bien
cómo estar solo».

(Soledad. Jorge Drexler)

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Vaca y ternero

El instinto natural no se rige por normas, tampoco las de circulación. Por eso, en medio de una carretera, una vaca alimenta a su ternero y los coches esperan. Hay prioridades.

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