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Archive for the ‘pelìculas y videos’ Category

Angelita; se que no lo recuerdas, se que no lo sabes, pero desde que vi la película de los Beatles, aquélla, Let it be, ¿te acuedas?, esa en la que se muestra a los locos de Liverpool armando el alboroto en las calles de Londres (con su ensayo público que era también un bello performance), me obsesioné como un estúpido por tus besos. No había lugar que no me recordara tu ausencia, ni tiempo que no me demandara el deseo de estar contigo. Aquel Don`t let me down de John Lennon se convirtió desde entonces en mi grito de guerra, en mi grito de amor dolido. No me dejes, no me decepciones Angelita, gritaba como un desgraciado sin importar la cara que la gente hacía, porque sin ti no puedo seguir este camino duro de la vida. Escuchaba esa canción mil veces antes de meterme en la cama y luego en los sueños te veìa desnuda y bella entregándote sin recelos, pero después la luz del día me enrostraba la verdad: el amor sólo venia de mi parte, porque tu ya me habías olvidado, cruel Angelita, cruel muchacha de ojos negros, tu ya no querías ser mi angie, mi amor, mi vida, solo querías seguir explorando el mundo que yo te había abierto, ingenuo, y entonces la voz emocionada de Lennon me machacaba en la cabeza esa verdad que yo no quería ver, que el amor llega siempre a su fin, que como decía el Neruda que habíamos leído juntos. es tan corto el amor y tan largo el olvido… angie

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Su voz, su voz rasgada, rasgante, y sus manos como de paralitico como de drogo imitando el movimiento sobre la guitarra, me impresionan cuando al fin veo su imagen inesperada en aquel viejo cinema del centro de Bogotà donde, junto con angelita y tras haber luchado a brazo partido por una plaza, veo la pelìcula que resume lo mejor del mítico festival de  Woodstock

Ese pelo ensortijado y húmedo que quiere volar, esos dientes de anfetaminòmano que quieren morder, ese cuerpo que lucha, sincronizado bellamente con el rift de la guitarra, una guitarra que retumba como un rayo allá en Woodstock y aquí en la sala; los coros que suavizan un poco el ruido, y de pronto sus gritos que, comprendo, son también música, y esa voz que por momentos parece apagarse, pero que avanza impúdica, victoriosa, destrozando cada onda con una más fuerte, ese final falso que anuncia el éxtasis, el caos, la vida, las convulsiones, el orgasmo y un cuerpo que no cae a pesar del esfuerzo. Ahora sabemos o, mejor, queremos creer, que Joe si llevaba una guitarra invisible en sus manos, pues de otro modo habría sido imposible emocionarnos como entonces lo hicimos y como la hacemos cada vez que lo volvemos a ver…                                                                                                                                                                                                                                                  

Rifts famosos de guitarra

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Noche de viernes, puercamente desprogramado. Decido ir al auditorio de Comfenalco de la calle cuarta a ver la película de Fellini; lo hago para no caer en la tentación del suicidio que provoca siempre la soledad de mi habitación en días como éste, fríos y lúgubres, y no tanto por la expectativa cinematográfica; es más: no sé cuál película presentan, sólo sé que se trata del ciclo sobre Fellini.

Llego, encuentro caras conocidas, risas hipócritas y lo más duro: parejas que se abrazan y se besan; las evado y penetro furtivo a la sala:»Y la nave va».

Al comienzo, miro el filme sin placer, catatónico, pero después la trama me sumerge en el mundo que describe Fellini a la vez que siento crecer una aprehensión inexplicable en la medida en que descubro que todo no es más que una farsa. Efectivamente, la escena final, me lo confirma:


Salgo desconcertado y muy molesto, sin saber por qué: la película es buena, está claro su mensaje. Es tal vez la odiosa aparición del propio director al final, no sé.

Sólo diez años después sabré que he presenciado una muestra de posmodernidad, es decir, de la valentía de un artista empeñado en desestabilizar nuestras certezas del mundo, ofreciendo explícitamente los secretos del proceso de construcción de su propio mundo ficticio: un berraco, un genio lejos de mi alcance para aquella experiencia adolescente, pero con unas resonancias arrolladoras: mi propia visión del mundo ya no sería, ya no podría ser, desde aquella noche lúgubre de viernes, la misma que había venido sobrellevando con tanta superficialidad. Todo es mentira.

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¡Cómo olvidarlo! Cómo olvidar la cara de Abel (David Carradine), su desconcierto creciente a medida que va descubriendo verdades insospechadas e intolerables: la de su hermano suicida, la de su cuñada prostituta, la de su amigo asesino, la de un futuro horroroso. Si todo parecía tan normal y hasta soso en la vida de Abel y de pronto hay más de un secreto terrible con el que hay que convivir. Pobre Abel, se siente manipulado, se siente aturdido, se siente impotente: de un momento a otro todo se derrumba y lo peor es descubrir las horribles acciones de quienes ha creído sus allegados

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De alguna manera entiendo la decisión final de Abel; escapar a la menor oportunidad, desaparecer entre la multitud. Pero también siento que es una decisión equivocada: ¿por qué no hacer algo por detener lo que vendría? Tal vez su perspectiva estaba tan limitada por el padecimiento personal, estaba tan humillado, tan oprimido, tan temeroso que le fue imposible hacer algo frente a lo que le fue revelado; ¿lo que estaba viviendo, lo que estaba sufriendo, le impidió apreciar la verdadera dimensión de los signos de lo que pronto sería una realidad : el advenimiento del nazismo, ese terrible monstruo de la razón?

¿Cómo prepararnos para leer los signos de la catástrofe en la vida cotidiana? ¡Cuántas cosas pasan frente a nuestras narices y no logramos configurarles un sentido histórico! ¿Acaso podemos imaginar el futuro de ese embrión inocente y fragil que se deja ver a través de la delgada cáscara del huevo de la serpiente?, ¿acaso podemos hacer algo?

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